sábado, 13 de abril de 2024

Materialismo, criptototalitarismo y transhumanismo

 Si queremos rastrear y averiguar el porqué de la novedad totalitaria del mundo contemporáneo, más allá de las ideologías en las que se sostuvo el totalitarismo clásico, versión comunista o nazifascista, y el porqué de su vinculación a la modernidad, debemos excavar para detectar qué raíz o raíces permitieron su nacimiento, y su permanencia bajo cierto cambios.

En mi opinión uno de esos factores escasamente analizados es el materialismo, materialismo entendido en su sentido vulgar, como el ascenso paulatino de una sociedad, impulsada y adoctrinada por las nuevas clases dirigentes que fueron sustituyendo al llamado feudalismo-que en algunos sitios, como la Península Ibérica, no existió realmente-, de los valores mercantilistas, de acumulación de capital, de la riqueza material como señal de estatus, de superioridad, de triunfo vital, y junto a eso la expansión del Poder, o de los Poderes, entendido como estructuras verticales capaces de moldear a los individuos, hacerles pensar de determinadas maneras e imponer unas formas de vida artificiales, coactivas e inhumanas, es decir neoesclavistas, como si eso fuero no solo lo natural, sino lo que nos hace libres.

Las viejas religiones, sus creencias, sus mitos, la fe ciega en la que se sostenían fueron reduciendo su peso e influencia, lo que de entrada no era malo, pero no fueron sustituidas por la espiritualidad, la búsqueda individual y/o colectiva de un sentido elevado de la existencia, de una búsqueda libre de la divinidad, de un nuevo sentido trascendente, sino que su lugar lo fue conquistando un sentido vital centrado en los valores materialistas ya citados, ocupando el lugar de las religiones otras como el mito del Progreso lineal y eterno-visión laica y cutre de la eternidad divina-, la ciencia o la tecnociencia, la principal religión laica en la modernidad, de la que aún se espera, pese a todos los desastres creados y por crear, que preparó y sigue preparando, el remedio, la salvación de nuestros males, la liberación de la muerte, la enfermedad y el dolor. Y, hasta no hace mucho, ya en declive, las ideologías políticas.

Los valores que nos hacían humanos fueron disolviéndose, tales como la belleza, la búsqueda de la verdad, o la libertad, siendo sustituida esta última por unas libertades de mentirijillas, o hedonistas: somos libres porque podemos ir de juerga, o viajar-esto último, claro, si se tiene dinero-, aunque nuestras existencias sean de la cuna a la tumba la de presos y esclavos, dirigidos por las instituciones, que vamos pasando de sistema carcelario a sistema carcelario, hasta morir solos en alguna residencia.



La modernidad, lejos de todas las propagandas trompeteras que la presentan como la era del progreso y las libertades humanas no deja de ser un movimiento totalitario, o mejor dicho hoy criptototalitario -pues de momento ,el palo, el terror y el campo de concentración parecen pertenecer a métodos pasados-, un movimiento de control creciente de la población a todos los niveles, de perfeccionamiento gracias a la tecnociencia, especialmente la digital, que ha permitido dar un salto adelante a los aparatos de dominación del hombre por el hombre, así como de explotación de las mercancías humanas.

Derrotado el materialismo marxista, queda el capitalista, el más exitoso, el que entra de lleno en ese criptototalitarismo que pasa desapercibido para la mayoría, el que intenta seducir con sus luces de neón y su música ambiental de centro comercial o supermercado, pero que conforme avance su crisis, su colapso, su proceso de descomposición en marcha, como podemos ver en nuestro día a día-cada vez somos más pobres-, irá haciéndose menos "cripto", y más totalitario descarnado.

De un tiempo a esta parte, la modernidad del capitalismo decadente ha dado un paso más. Ese paso más es el llamado transhumanismo, que considera, conforme a esa nueva religión mecánica, nuclear y química en la que se ha convertido la tecnociencia, que hay que superar los límites y miserias humanas a través de nuestra fusión literal con la tecnología, nuestra conversión en hombres máquinas, lo más parecido a dioses, según sus adeptos.

Esto, que algunos de buena fe consideran un delirio, es el desarrollo natural de la modernidad materialista. Si no hay trascendencia, somos sólo pura materia, a lo sumo átomos pululantes, ¿por qué no considerar que se nos puede manipular y modelar cual figuras de cera o plastilina?. Somos, siguiendo la lógica materialista, ¿diferentes del resto de animales?. ¿Por qué no lograr nuestra domesticación total, presentando tal política como nuestra superación, como una nueva especie libre de sufrimiento, pero no a través de los ejercicios filosóficos, o espirituales, del esfuerzo sin fin, sino mediante las innovaciones científicas, tales como la inteligencia artificial, los chips, la modificación genética o un largo etcétera?.

La robotización, la mecanización del ser humano, su conversión en poshumano, una especie de nuevo ser, en realidad por debajo de los llamados seres irracionales, pues puede llegar a perder hasta sus emociones y ser movido y guiado a distancia, al menos a nivel mental, es la meta final de la religión del Progreso, de la Modernidad.

Que esto no es un delirio, que no es asunto de risa, como cuando se debate con algunas personas, puede leerse en algunas noticias aparecidas recientemente, donde ya se nos prepara para ello, y para que lo aceptemos con naturalidad, si bien reconociendo que podría generar una nueva división de clases, la que quienes logren los implantes que aparentemente les convertirán en "superhumanos", y los que no, por falta de medios. 

En realidad lo más probable es que de la sociedad de clases, aún encubierta por el mito de la clase media, del ciudadano, dé paso a una sociedad de castas, con una separación muy rígida entre unos y otros.

Más allá de todo ello hay factores que favorecen que el proyecto transhumanista triunfe, como la práctica desaparición del pensamiento crítico, sustituido, a nivel de todas las izquierdas, por una mezcla de capitalismo hedonista- el mito de los buenos amos que nos van a pagar más, tratar mejor y permitir que disfrutemos de más placeres- pero también de transhumanismo de género, aquello de niñes, chiques y demás discursos vinculados a la nefasta  teoría queer en, por ejemplo, los restos moribundos de pensamiento y organizaciones antaño subversivas-anarquistas y demás-. Transhumanistas pues tales ideas reflejan una idea de libertad ultracapitalista por un lado-yo soy lo que deseo una tarde, aunque sea el deseo de ser, por ejemplo, un perro, un gato o una lechuza- y por otra una demolición de la naturaleza humana, de la masculinidad y feminidad, lo cual prepara el camino para nuestra demolición como siempre hemos sido, para generar esa monstruosidad aséptica  y de laboratorio llamada poshumano.

Absorbidos por las pantallas, ya estamos iniciando la era transhumana, aún de manera tosca e insegura, pero sirvan tales noticias que empiezan a extenderse de recordatorio del segundo abismo que se abre a nuestros pies, el de la poshumanidad, junto con el apocalipsis nuclear. Vivimos un tiempo sombrío, las cosas se están tornando muy oscuras para la humanidad, pero no necesitamos inteligencia para detectarlas y revertirlas, solo lucidez.

martes, 2 de abril de 2024

La bestia

 Arriesgada, original, compleja,  onírica y dura película sobre el miedo y la muerte de las emociones, en tres tiempos históricos diferentes, 1910, 2014 y 2044.

La bestia, que juega con el tema de la reencarnación y la Inteligencia Artificial, tan de boga en estos días, nos sumerge en la relación, en esos tres momentos, de un hombre y una mujer franceses que se encuentran, sus miradas se cruzan, sus sentimientos brotan, pero algo en ellos, una bestia oculta, un miedo imbatible, les paraliza, quedando todo en un juego mental, en ensoñaciones fantasmales, en realidades que se disuelven como azúcar en agua, una solidez que nunca toma forma.

La película saca a la luz del día la tragedia del hombre y la mujer contemporáneos, la de quienes cercados y subsumidos por las tecnologías, dejando escapar parcelas de su humanidad de manera imperceptible, gota a gota, van perdiendo, como serpientes, la piel de las emociones, fundiéndose con la megamáquina en proceso de construcción, conformando seres cableados, células de chips, miradas indiferentes y gélidas, salvo a sus móviles.



La Inteligencia Artificial se lanza a la conquista del mundo, prometiendo a unos humanos angustiados y devastados su verdadera liberación, una especie de nirvana sin sentimientos, sin ese horror de enfrentarse y convivir con los otros, una mutación hacia una poshumanidad.

La bestia juega con la deshumanización humana, y la humanización de algunas máquinas, una paradoja que da que pensar. La tesis de la película coincide con la de quien esto escribe, que la modernidad progresista es un movimiento totalitario o criptototalitario cuyo fin es la robotización de la humanidad, la pérdida absoluta de nuestra naturaleza, la creación de un horror aséptico. Y, curiosamente, antes de saber la existencia de esta brillante película y de verla tuve una charla con tres amigos en relación a este mismo tema; dos se rieron, se niegan a ver hacia dónde nos dirigimos, pensaban que deliraba, otro me entendió.

Muchos y muchas se niegan a ver dónde nos conducen, lo que ya somos en parte. Viven inmersos en una falsa realidad, creyendo que el progreso es un camino de libertad y realización, con algunas piedras en el camino, pero que nuestros amos y amas son buena gente, que en realidad procuran nuestro bien. 

Pronto saldrán de sus mundos delirantes golpeados por la cruda realidad de lo que somos para los gobernantes.

Para finalizar estamos ante un film cuyo atrevimiento sale airoso, una película que, por poner algunos peros, de sobresaliente baja a notable por cierta confusión en alguna parte de ella. La bestia, aparentemente ficción loca para muchos muestra la catástrofe que se avecina, que ya está en progreso, si bien la batalla no está aún perdida.




viernes, 29 de marzo de 2024

Vagabundias. Criminales, vagos, putas y locos

 Extraordinario ensayo de Juanma Agulles que mezcla historia y reflexiones propias con una experiencia vivida durante casi quince años, años que estuvo realizando un trabajo en un albergue, conociendo cara a cara y relacionándose con la que llama población del abismo, los últimos ,los perdedores, los habitantes de la alcantarilla social.

Vagabundias, bello y poético nombre, por cierto, nos adentra en la historia de la beneficiencia social, desde la organizada por la Iglesia en tiempos medievales hasta la actual, laica y burocrática, poniendo en claro sus similitudes y diferencias, que van de la compasión hasta el control burocratizado de dicha población de la derrota, desde su santificación usando la figura de Cristo y los santos, o algunos de ellos, hasta su condena, es decir combinándose en una misma época en ocasiones la glorificación de la miseria con la horca, en nuestros tiempos la paliza y luego el prenderles fuego, pues la figura del vagabundo como ser individual, real, de carne y hueso que pasa a nuestro lado sigue siendo visto como un peligro, alguien a extirpar de esa supuesta manzana sana y bella llamada modernidad o progreso, cual gusano que puede envenenar el orden social, la cacareada ciudadanía de libres e iguales.



Juanma Agulles nos relata las vivencias y experiencias vitales de algunos hombres y mujeres refugiados en el albergue y sus diferentes tipologías, en las que son incluidos, tratados y diseccionados por la barbarie aséptica institucional y laica y progresista actual. Del criminal al vago, la puta y el loco.

Es una característica de la sociedad actual absorber deglutir y vomitar la cháchara de las clases dirigentes y explotadoras del capitalismo  que consideran que el mendigo es un fracasado por no esforzarse lo suficiente, por bajar las manos y preferir una vida errante y solitaria, sin domicilio, curro e identidad, viviendo de las ayudas o los subsidios estatales-las paguitas, que dicen los liberales y conservadores del hoy, muchos de ellos llamados cristianos, en realidad darwinistas o neonazis brutales sin discurso de razas, pero no menos sádicos-, subsidios que como demuestra Juanma Agulles son casi imposibles de obtener, pues supone entrar en un laberinto de papeleo burocrático digno de Kafka.

Luego está el ascenso en flecha de los problemas psicológicos, de la llamada locura, que llena los habitantes de los albergues, problemática mental de origen social, promovida por un sistema injusto y una sociedad que ha demolido las relaciones sociales de amor y apoyo mutuo, generando un hábitat, un ecosistema de sálvase quien pueda, y que lógicamente da como resultado el sufrimiento psíquico creciente y la medicalización y "psiquiatrización" masiva de la población.

Origen social, que, lógicamente, también se oculta, como no podía ser menos, achacándose todo al individuo, a componentes bioquímicos, sin más.

La opinión del autor de Vagabundias es que el albergue es una mezcla de cárcel, manicomio y casa de beneficiencia, una institución fracasada, organizada para estudiar y analizar el creciente sector social marginado, para disciplinarlo y ocultarlo a los ojos de la ciudadanía obediente y exitosa, con casa y trabajo asalariado. Es decir es una institución donde según su expresión pululan los gusanos que viven y se alimentan de la putrefacción social, motivo que le llevo a abandonar dicho curro.

Vagabundias es un libro que debe leerse, un relato sin trampas ni cartón, sin edulcorantes, de nuestra sociedad, de una civilización que pasó de considerar el trabajo una maldición bíblica a un deber moral, luego un derecho y ahora un privilegio. Es la historia de un fracaso social, del triunfo de las élites y sus discursos a través de la historia, hasta llegar a nuestra realidad, nuestro mundo,  el de la religión del Progreso, la que nos vende que progreso y pobreza son antagónicos, otra mentira cochina, pues parafraseando un gran libro en mi opinión que también cita el autor, El abismo se repuebla.



domingo, 24 de marzo de 2024

Simone Weil. Filosofía del trabajo y teoría crítica social

En esta ocasión quisiera recomendar un interesante ensayo de José Luis Monereo Pérez, un catedrático español, sobre el pensamiento, especialmente el que desarrolló en relación al mundo laboral, de Simone Weil.

Tengo que reconocer que soy un seguidor y admirador de las ideas y vida de tan singular mujer, alguien que vivió solo 34 años pero que reflexionó sobre múltiples temas, aparte de participar activamente, jugándose la vida a veces, en las convulsiones sociales de su época.

 En este blog he comentado y recomendado varios de sus escritos, y este es una más. En Simone Weil. Filosofía del trabajo y teoría crítica social, aparte de una somera biografía, el libro desmenuza sus ideas sobre la necesidad de emancipación de la clase obrera, sometida a un trabajo deshumanizador y destructor, especialmente en las fábricas tayloristas, donde aparte de la subordinación a la dirección, lo era también a la maquinaria, y a un proceso productivo fragmentado que escapaba a su conocimiento y control.

Es por eso que Weil, frente a la vulgata marxista y revolucionaria en general, que pensaba la liberación en la propiedad colectiva consideraba que el cambio de propiedad no iba a suponer la emancipación de los trabajadores, sino el cambio de amos, incluso un empeoramiento de la opresión, como demostró el régimen soviético, aniquilando toda libertad obrera, nacionalizando toda la economía.

Para ella, con matices, todos los sistemas sociopolíticos y económicos se encaminaban a una suerte de capitalismo de Estado, una concentración de funciones en la maquinaria estatal, con el surgimiento de una nueva clase opresiva, la burocracia, así como la de los técnicos, es decir la opresión por la función, por encima del régimen de propiedad.

Simone Weil se mantuvo leal al principio de que la emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos, propugnando el fin del ejército, la policía y la burocracia permanentes. Criticó también el monopolio estatal de las armas, comprendiendo que la guerra siempre supondría la subordinación absoluta de los trabajadores al aparato represivo militar, viejo o nuevo, así como el monopolio de la ciencia y la técnica, que consideraba debían ser comprendidas por los obreros.

Defendió con ahínco la creación de una cultura obrera, con sus instituciones y valores propios, que preparase una revolución futura y más positiva, pese a su desconfianza creciente ante la idea de revolución, que llegó a considerar un mito dañino, como el del progreso, por cierto. Para esto se centraba en el sindicalismo, que consideraba el nuevo núcleo que debía preparar la futura sociedad de trabajadores libres y cooperativos, si bien con su agudeza habitual observó y criticó su creciente burocratización y pérdida de autonomía respecto a los partidos y los Estados.


Pensaba que el trabajo debía adquirir un sentido espiritual, pues lo consideraba una función superior, central en la vida humana, siempre que no siguiera siendo una actividad forzosa y subordinada, lo cual se incrementó con su conversión a un cristianismo libre y heterodoxo, que la acercó a la Iglesia católica, pero sin entrar jamás en ella, pues la consideraba lejana al verdadero cristianismo, que era según ella la religión de los esclavos, de la debilidad.

Fundamental en Simone Weil es la prioridad que da a las obligaciones o deberes hacia los seres humanos frente a los derechos, pues son estos deberes los que pueden garantizar los derechos, y que no queden, como podemos observar aún hoy, en papel mojado, en bellas palabras o consignas que no se cumplen, como el derecho al trabajo, a una vivienda o a una vida digna.

En fin que estamos ante un texto recomendable, uno más de los que nos acercan a una mujer extraordinaria, con sus sombras, por supuesto, como todo ser humano, pero cuyos análisis profundos, heterodoxos y rompedores, serían muy necesarios también en el mundo del hoy, ese mundo situado, como el suyo, en una grave crisis civilizacional, que se desmorona y que puede acabar en una carnicería militar aún peor, por el horror del armamento nuclear y de todo tipo, que la que padeció Simone hasta su muerte en 1943.


lunes, 18 de marzo de 2024

Reflexiones de un proletario desarraigado

 Es indudable que si alguna vez resucita un movimiento subversivo tiene que tener el trabajo, no como el elemento central, puesto que los seres humanos no somos meramente nuestro oficio, pero sí como un aspecto importante, pues es indudable que la democracia política y la económica están imbricadas, o mejor dicho debe ser objetivo fundamental lograr su unión, pues sin democracia económica la llamada democracia política no es tal, sino una forma de dictadura encubierta o matizada por algunas libertades.

Para que pueda surgir de las profundidades de las almas humanas la llamarada de la rebeldía  y fijarse en las conciencias, en los pensamientos y reflexiones, debemos empezar por lo que es aparentemente más simple, pero que hoy por hoy la gran mayoría de la población rehúsa, se niega a verlo aunque lo tenga delante de sus narices, lo sienta y lo padezca en su día a día; y es el reconocimiento de la esclavitud, de cómo esta nos aplasta en nuestra existencia.

En realidad la maquinaria estatal y capitalista, ese gran Leviatán, no nos engaña, somos recursos humanos, no hay trampa ni cartón, al contrario que sucede en otros ámbitos donde la verdad se obscurece y se usan discursos engañosos. Somos por tanto proletarios, aunque ya muy pocos trabajen en las fábricas, seres forzados a vendernos en el mercado de trabajo, allí donde se vende y se compra carne humana para mantener en funcionamiento la máquina infernal de la modernidad productivista, una maquinaria por cierto que ya está empezando a mostrar síntomas de avería.



Pero eso solo sería el primer paso, pues junto al fuego de la insurrección interior, de saber que llevamos vidas indignas, de animal laborans, trabajando para el beneficio del sistema mañana, tarde y noche, gracias a las nuevas tecnologías digitales a las que estamos enganchados cual drogadictos, debe haber también una calma que lleve a darse cuenta de que tenemos que buscar una nueva civilización,  una cultura,  unos valores y una vida del espíritu contraria a la del sistema.

Frente al materialismo, la búsqueda de la riqueza, el culto al éxito y al triunfo, en general quimeras, pues el tiempo y los gusanos devoran todo, debemos poner el acento en la austeridad, la riqueza de la vida social y espiritual,  en la amistad y el compañerismo y la libertad entendida no como hoy, una suerte de hedonismo de consumo compulsivo, viajes, diversión, borracheras y demás, sino no ser dominados, dirigidos, guiados y aplastados por los individuos y estructuras que con fuerza creciente gracias al desarrollo tecnológico moldean nuestras mentes, dictan lo que debemos creer o dejar de creer y tienen como meta la robotización humana, meta lógica de una modernidad que es en realidad un movimiento totalitario o criptototalitario.

Debe recrearse por tanto una nueva cultura proletaria, que vuelva a sacar del desván, actualizándolo, todas las formas históricas de apoyo mutuo, de comunalismo, de formación o autoformación entre los propios oprimidos, pues una formación proletaria auténtica no debe ir encaminada a tener un buen empleo y ganar mucho dinero, sino a conocer el funcionamiento de las cosas, del sistema, así como los métodos de manipulación social que usan las élites para poder combatirlos.

Hoy nada de esto existe, las clases proletarias se creen mayormente clase media, se sienten hombres y mujeres libres, los más libres de la historia, pese a haber admitido de buen grado llevar bozal cual perros recientemente, e incluso parte de quienes aún hablan de proletariado, conciencia de clase o lucha de clases, al carecer de un proyecto alternativo, lo hacen más como mera retórica.

En el fondo hoy somos una sociedad de desarraigados, tanto quienes se dicen clase media como quienes admiten ser proletarios,  pues carecemos de objetivos comunes, de una conciencia de quiénes son nuestros enemigos, condenados a sufrir crecientemente, pues el colapso progresivo del capitalismo, que ya ha alcanzado uno de sus límites, el de la acumulación, el de la obtención de plusvalía para relanzarse y salir de sus crisis cíclicas-a falta de alcanzar el límite de los recursos-, hace que el anzuelo de los sueños y metas lanzados por los sistemas de adoctrinamiento, educativos, audiovisuales y demás, y tragados de buena fe por las familias se desmorone, con su cortejo de trastornos mentales y psicosomáticos, por la frustración generada.

Salir del desarraigo implica volver a desarrollar una conciencia de clase oprimida y a la vez un proyecto que busque salir de la esclavitud asalariada, donde el trabajo sea una actividad libre, en solitario o en asociación,  que favorezca el crecimiento personal y espiritual, donde hombres y mujeres conozcan lo que hacen y el sentido que tiene, sin subordinación a personas y maquinarias,  más que a las necesidades naturales.

De esta manera habría una democracia económica, mientras que el arraigo en barrios y pueblos, eliminando el sistema de partidos, una forma de mal radical, generadora de despotismo mental, odios y obediencia a autoridades artificiales de bajísimo nivel ético y nulo interés, más que en la propaganda, por el bien común, buscando formas de democracia más directa, con representantes temporales basados en su prestigio moral  y bondad, permitiría alumbrar lentamente una civilización humana, con sus sombras y miserias inevitables, pero donde nuestras vidas no sean un aplastamiento continuo bajo el peso de las mentiras, las propaganda, las injusticias y las tiranías abiertas o disfrazadas, sino un intento de latir junto al resto de hombres y mujeres y con la naturaleza y el cosmos.




martes, 5 de marzo de 2024

Por un ateísmo tecnológico. La cultura frente frente a la civilización informática

 He tenido ocasión de leer muy recientemente un libro de un ensayista norteamericano fallecido en 2003, Neil Postman, especializado en el análisis crítico de las tecnologías contemporáneas, especialmente el ordenador y la televisión, que vivió más de cerca, y finalmente de internet, cuyos inicios contempló.

El libro se titula Por un ateísmo tecnológico. La cultura frente a la civilización informática, editado por Ediciones El Salmón, una editorial de textos críticos muy interesante, en mi modesta opinión.

Dicho libro reúne una serie de conferencias, desde finales de los 80 hasta una del año 2000, en las que disecciona, frente a los tópicos tecnófilos o tecnoutópicos, la parte negativa del desarrollo técnico del mundo contemporáneo, o de su época. Para él era indispensable preguntarse, ante cualquier desarrollo tecnológico, a quién beneficiaba y a quién perjudicaba, pues siempre hay ganadores y perdedores, siendo estos últimos más numerosos. Y luego distintos interrogantes como qué problemas soluciona, qué nuevos problemas crea, a quiénes da poderes....



De especial interés es su crítica, anticipatoria, como tantas cosas en él, a la creciente marea de información, donde las personas se distraen y se pierden en un marasmo de hechos efímeros, que no dan respuestas a ningún problema esencial, ni individual ni social.

Para Postman la tecnología informática, y la incipiente digital que conoció antes de morir, aísla y destruye los lazos comunitarios, familiares, de amistad, entre otros. El individuo se recluye en su ordenador, ahora diríamos que en su móvil, separándose cada vez más del otro, de la vida real. También banaliza, especialmente la televisión-medio que él estudió detenidamente-, convirtiéndolo en un espectáculo, un entretenimiento, el debate político, entre otros aspectos, como el periodismo o la historia.

Neil Postman defendía la cultura, lo valioso de la tradición, frente al reino de la informática, el culto a las innovaciones tecnológicas, anticipándose en muchos años a la demolición de lo humano que están provocando las pantallas en nuestras mentes y en nuestras vidas comunitarias. Estamos ante un autor ya fallecido pero que fue una voz a la vez solitaria y visionaria de problemáticas no solo no resueltas, sino que nos están tragando y absorbiendo cual arenas movedizas. Y que merece la pena descubrir. 




domingo, 25 de febrero de 2024

Anatomía de una caída

 Apasionante película que, pese a su extensa duración, dos horas y media, en ningún momento se hace tediosa ni aburrida .Anatomía de una caída narra la historia de la muerte, en extrañas circunstancias, de Samuel, un hombre casado que vive junto a su mujer y su hijo ciego en una casa aislada en un paraje montañoso y aparentemente idílico.

Pronto su mujer es imputada como posible asesina, iniciándose un juicio donde salen a la luz todos los problemas, roces, acusaciones y enfrentamientos de la pareja, diseccionando con bisturí de experto los entresijos y vaivenes de toda su relación, que es la de toda pareja o matrimonio,  sus tormentas, cada vez más frecuentes y los ratos, cada vez más escasos, de brillo solar, de despejar de los nubarrones. En una palabra, el lento agrietar, el lento colapso de un edificio iniciado con pasión e ilusión feroz de quienes creen en la eternidad del amor de dos almas siempre distintas y, en el fondo solitarias y atormentadas cada una por los fantasmas acosadores de su pasado, de sus traumas, de sus fracasos, de sus sueños derretidos por la dinamita de la vida implacable y destructora; para encontrarse que lo de la media naranja es un engaño, una ficción , una quimera de libros y , valga la contradicción, de las películas rosadas del pasado y el presente, que enseñan que la salvación del naufragio de todo hombre y mujer está en la pareja, en la vida amorosa y sexual. Una farsa como cualquier otra, pero que necesitamos para mantenernos en pie.

La película juega , además, con la ambigüedad, con la duda, ¿inocencia o culpabilidad?, ¿sinceridad o mentira perfectamente oculta tras un disfraz?; así como con la tendencia a juzgar rápidamente a las personas por sus manchas, por sus pecados, por sus imperfecciones, por sus tropezones en su vida privada, pese a nuestros ropajes de progresistas y tolerantes. 



De especial relevancia son otros personajes, más secundarios pero también con peso, especialmente el chaval ciego, que ha sustituido la pérdida de visión por un agudizamiento de los otros sentidos, especialmente la intuición, la brillantez analítica, la sensibilidad a flor de piel en una palabra; y el abogado de la mujer.

En fin, estamos ante una película casi perfecta que no deben perderse.