domingo, 26 de febrero de 2012

Sobre la opresión moderna



 Muchas han sido a lo largo de la historia las diversas formas de opresión ejercidas por los grupos dominantes sobre las poblaciones. Desde la esclavitud de Grecia y Roma, por ejemplo, a los Estados totalitarios modernos hay elementos comunes que atraviesan los siglos, pero también diferencias que conviene tener en cuenta.
Aquí analizaremos los mecanismos de dominación de las sociedades de la modernidad, aquéllas basadas en el desarrollo de las fuerzas productivas, desde la industria a la  empresa capitalista, la tecnología alienante, la monetarización absoluta pero también de los aparatos de coerción política como el Estado y las fuerzas policiales y militares e incluso el tipo de ocio y el ideal de vida impulsado por las clases dirigentes.
Si partimos de las revoluciones francesa y americana podemos observar como éstas intentaron acabar con el sistema de poder real absolutista para acabar creando nuevas formas de servidumbre.
En primer lugar tenemos un fuerte incremento del ejército y la policía, cuyo número no era muy elevado en el Antiguo Régimen. Este incremento implica por tanto un mayor poder de la maquinaria estatal para controlar y reprimir a la población. La militarización es, por tanto, una de las características de las sociedades de la modernidad aunque los avances tecnológicos en el terreno militar hacen innecesarios ya ejércitos compuestos de millones de hombres, pues el potencial destructivo del armamento no requiere de un número muy elevado de hombres. Al menos en el llamado primer mundo.
Junto a la estatalización y por tanto la militarización de la vida se produjo otro hecho importante que determina un elemento básico en las formas de opresión sobre los individuos y colectividades. Y es la Revolución Industrial.
En lo que nos ocupa la industrialización supuso la implantación del trabajo asalariado, es decir, la nueva forma de esclavitud  de las sociedades actuales, mucho más perfecta que la antigua esclavitud, pues los esclavos asalariados somos menos conscientes de nuestro estado, al haber logrado el sistema progresivamente identificar salario y compraventa de los trabajadores -dentro por supuesto de un sistema jerárquico-, a libertad e independencia.
Pero el trabajo asalariado y por tanto jerárquico no sólo crea seres serviles en el mundo económico, sino que también crea individuos serviles en el ámbito político.
Pues si observamos con naturalidad que se nos domine en el mundo laboral, también se ve con naturalidad ser dominado en el ámbito político. El sistema de trabajo asalariado es esencial en la creación de rebaños humanos dóciles a las consignas de los dirigentes políticos, al aceptar con naturalidad la sujeción de unos por otros. Y también es muy útil para la creación de buenos soldados leales a su Estado si éste decide enfrentarse militarmente a otro.
Basta agitar algunas consignas demagógicas para que millones de individuos acudan al matadero con orgullo o resignación.

Para nosotros, por tanto, en el ascenso de los regímenes autoritarios del siglo XX, independientemente de sus banderas e himnos, influyen el aumento del poderío de la fuerza del Estado y el triunfo del capitalismo, entendido como sistema de servidumbre laboral-con efectos como ya hemos mencionado en el mundo político-
Conviene tener en cuenta sin embargo que en el ámbito económico la esencia del capitalismo es la misma que la del socialismo de Estado, y las experiencias ruinosas de los países llamados socialistas así lo determinan.
Las revoluciones socialistas e independentistas del siglo XX son otro ejemplo de cómo el autoritarismo es inherente a la modernidad, y casi ninguna revolución escapa a éste.
Desaparecidas las dictaduras fascistas o comunistas hace tiempo, debemos detenernos en la más actual forma de opresión. La de la llamada sociedad de consumo, o el llamado Estado de bienestar .
La sociedad de consumo se basa en la creación constante de necesidades que los individuos deben satisfacer. Esto, que puede parecer algo neutro, implica una nueva forma de degradación de la persona y de destrucción de su libertad.
Esta degradación se produce a un doble nivel; por una parte reduciendo al ser humano a consumidor y productor, lo que supone reducir sus capacidades y valores ajenos a estos campos y por otro creando un nuevo tipo de rebaño humano.
Un rebaño cuya finalidad es recibir desde las alturas bienes materiales para satisfacer apetitos meramente corporales o de entretenimiento banal. Los bienes no materiales, los que deberían ser el fundamento de una buena vida, quedan arrinconados y progresivamente eliminados. Un rebaño que sólo entiende de derechos y cree que éstos son la libertad, cuando no hay libertad sin deberes, pues los derechos sin deberes implican aceptar que se es un siervo al que los amos deben garantizar sustento y diversión
Este nuevo tipo de mecanismo de dominación difiere del de decenios atrás, en que en principio no necesita tanto de la fuerza bruta y por tanto siempre es preferible para los que rigen nuestras vidas. Esto es así porque la sociedad de consumo, o lo que la izquierda y extrema izquierda llama en un ejercicio de autoengaño Estado de Bienestar-pese a sus peleas, izquierda, derecha, sindicalistas  y “transversales” son en esencia lo mismo- crea un tipo de individuo y sociedades deshumanizadas, cada vez más atomizadas, más animalizadas al ser las preocupaciones y las escasas luchas meramente económicas, más amoral.
El individuo se hace esclavo de las cosas, pero ,a través de ellas, se hace esclavo de los dueños de las cosas. Por tanto, el hombre de la sociedad del bienestar material permanece en un estado de doble sujeción
La propaganda constante de los medios de comunicación  y su control por los diversos grupos de poder políticos y económicos, y su programación de escasa calidad, el desarrollo de tecnologías que aumentan el aislamiento o dificultan las capacidades reflexivas de los individuos, de estar un tiempo a solas no para mirar pantallas sino para meditar, el tipo de ocio dirigido consistente en acumular a la gente en lugares repletos de alcohol, donde no se puede pensar o charlar, donde no hay creación ni participación contribuye a hundir a los seres humanos en un estado de apatía, infantilización y animalización.
Y en eso se basa las formas de opresión moderna y su enorme éxito: en animalizar a los hombres y mujeres-sin necesidad de látigos y golpes-, convertirles en ganado y hacerles creer que eso es la vida y que la felicidad y la despreocupación, el placer y el dejar hacer, pues otros resolverán las cosas por nosotros ,es lo que siempre se ha hecho, se hace y se hará.
El problema llegará-ya está aquí- cuando ante el resquebrajamiento del sistema de bienestar, nuestra degradación y la inexistencia de una conciencia alternativa de vida, de una fuerza social realmente alternativa, al ser el pensamiento todo uno con diferencias de matices, sea casi imposible salir del pozo.
 Mantengamos, pese a todo, una pequeña esperanza.








domingo, 5 de febrero de 2012

Katmandú: un espejo en el cielo

Icíar Bollaín vuelve a ofrecernos otra película que irradia sensibilidad, humanidad, ternura y emoción, con personajes creíbles, como los que podemos encontrar en cualquier calle de cualquier país, con sus luces y sus sombras.
El film, basado en un hecho real, nos cuenta la historia de una joven profesora catalana que se desplaza a Nepal para trabajar durante un tiempo en una escuela del citado país, donde la pobreza y la falta de escolarización, así como la ausencia de medios para enseñar a los niños hace muy difícil la actividad educativa.
Pero la directora evita caer en posturas maniqueístas, y a través de los personajes que acompañan a la joven profesora española, especialmente su ayudante y gran amiga, una joven nepalí de mente abierta, comprendemos junto a los elementos negativos conservadores y clasistas de aquel país los valores positivos de solidaridad y apoyo mutuo que se da en esa sociedad, el sentido de comunidad, mucho más sólido que en nuestros países donde rigen el individualismo y la competencia.
Intercalada con algunas imágenes del pasado de la protagonista, la película se adentra en la progresiva transformación interior de la profesora, de cómo encuentra un sentido claro que dar a su vida, luchando y sacrificándose por los niños y niñas, llegando a renunciar a otros aspectos de su vida, como al amor.
Y es que encontrar un sentido profundo a nuestra existencia y un lugar en el que poder desarrollar nuestro sueño, sueño de servir al bien, al prójimo, debería ser una meta, incluso aunque no se logre.
Ella, la maestra catalana, lo consiguió, pese a las heridas profundas y sangrantes que sufrió su alma y las dolorosas pérdidas a las que hubo de enfrentarse para encontrar la luz en su existencia.
Todos nosotros deberíamos hacerlo, o al menos intentarlo, aunque fracasemos si aspiramos a vivir en paz con nosotros mismos en vez de vivir de acuerdo a lo que nos dicten otros, buscando la felicidad en lo que no puede traerla: los placeres esporádicos del consumo, el sexo o la abundancia material, a través del trabajo asalariado, esclavizador, vacío y destructor de los valores humanos.