viernes, 6 de abril de 2012

Sobre la vejez



En la sociedad de la imagen, basada en el culto a lo joven, lo bello, la perfección corporal, la fuerza y la energía vital, la vejez se considera una etapa vital a ocultar ante los ojos del público todo lo posible.
Los viejos representan , a ojos de la maquinaria publicitaria, un sector invisible que hoy por hoy no interesa mostrar, pues la pérdida natural del atractivo físico, la mayor cercanía a la muerte hace que no interese iluminar a los ancianos, como si éstos vivieran al margen de todo, sólo esperando el momento de cerrar sus ojos y dormir eternamente.
Por otro lado, el común de los mortales, aquel que es moldeado día y noche, lentamente, en sus cerebros por los medios de comunicación de masas, por la propaganda publicitaria tiene como ideal el mantenerse joven, el atrasar la decrepitud física y psíquica que asocia a la tercera edad.
En su terror a la muerte, en su ansia de eternidad manteniendo todas sus facultades intactas-base del éxito de las religiones  clásicas y de las nuevas, las tecnológicas ,que buscan aumentar la edad de vida todo lo posible- los individuos de las sociedades progresistas y de consumo piensan en la vejez como algo negativo, algo que sueñan con que nunca les alcance.
Creemos necesario, por tanto, luchar por poner la vejez, no en un pedestal, pero sí en el lugar que le corresponde, que es ni más ni menos que el mismo que el de otras etapas de la vida.
Para poder combatir la idea dominante de la juventud como ideal, es necesario por un lado derribar el miedo a la muerte, y en segundo lugar ser capaz de ver lo negativo de ésta.
El miedo a la muerte es, tenemos que reconocerlo, un temor muy difícil de evitar, y como ésta suele darse en la mayoría de los casos en la vejez de la persona, la etapa de la senectud es vista con rechazo y preocupación por la mayoría de las personas.
Para esto recomendamos la lectura de los clásicos, de los viejos filósofos como Séneca o Cicerón, que nos enseñan que en nada hemos de temer a la muerte, pues si no hay nada, nada sufriremos, y si hay algo mejor, eso que nos llevamos. Si nada tememos de nuestra muerte, en poco hemos de temer la vejez.
En segundo lugar, como hemos mencionado anteriormente, no debemos pensar que todas las pasiones de la juventud implican aspectos positivos, y su reducción con el paso del tiempo es una desgracia, una pérdida por la que llorar.
Por ejemplo, la disminución de las pasiones, placeres y deseos sexuales debe ser vista como algo positivo. Las pulsiones eróticas son algo natural, nada condenable, pero como muchas pasiones tienen un componente de opresión, tiranizan al hombre y la mujer, que puede llegar a sentirse infeliz si no las satisface.
Su limitación natural e incluso su fin, supone tirar un peso, moverse de manera más libre, centrar la mente en otros asuntos más importantes. Esto puede observarlo todo joven que por circunstancias pase por épocas donde su libido se debilite; la sensación de bienestar y calma mental es mayor.
Pero no es sólo ni mucho menos la disminución del deseo sexual algo ha considerar en positivo. La juventud y la madurez están controladas por deseos mucho más esclavizadores y destructivos, tales son  el ansia de competir y triunfar.
Este constituye el deseo más terrible, aquél que puede envenenar la vida de las gentes y que hace de la sociedad un lugar inhóspito en ocasiones. La idea de que los demás, los amigos, la familia, los compañeros, te vean como alguien digno, alguien que ha logrado el éxito en la vida laboral, que ha superado a otros en el combate, que tiene un buen puesto, un buen nivel, un buen sueldo, que se ha integrado y aceptado con naturalidad la nueva esclavitud.
Este cáncer, inculcado en la infancia y desarrollado hasta el paroxismo en etapas posteriores, sólo se cura en la etapa final de la vida del hombre y la mujer.
Cuando el individuo, reducidos sus deseos más materiales, apartado del mundo de la competencia, de la guerra, de la degradación, tienes más posibilidades de ser él, no lo que quieran o sueñen otros por él o ella.
Esto representa, por tanto, el aspecto positivo del apartamiento de los ancianos, que no significa apartarse del mundo, sino apartarse de sus elementos más destructivos.
Creemos , por tanto, que el debilitamiento físico que se produce con los años no es de por sí en todo negativo, pues va unido al fin de los elementos más rechazables que marcan las etapas anteriores de vida.
Más problemático y quizá la mayor pesadilla que nos puede atenazar si pensamos en nuestro futuro es el declive mental que puede producirse. Pero éste puede combatirse ejercitando la memoria, el estudio, la lectura, la reflexión, las artes, la conversación. Y si con todo el alzheimer va apagando la conciencia, convirtiendo a la persona en un cuerpo sin pensamiento, en un mineral de forma humana, siempre cabe la posibilidad, mientras aún tengamos fogonazos de lucidez, de apartarnos de la vida, de salir del escenario por nuestras propias manos
Liberado de las prisas, de los placeres y pulsiones más asfixiantes, el viejo puede desarrollar los placeres intelectuales y convivenciales, lo que unido a sus experiencias vitales, hacen de él alguien imprescindible para la sociedad, alguien cuya voz debe ser oída por todos, y no sólo como votante perseguido por los políticos para auparse al poder o mantenerlo.
Pensamos que estos y otros argumentos pueden servir para destruir el miedo a la vejez, la visión negativa de esa etapa e indirectamente la visión negativa de la muerte.
Al menos sirva lo expuesto para contemplar la vejez con objetividad, sin temerla ni desearla.

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