sábado, 26 de mayo de 2012

De ratones y hombres

Hemos tenido ocasión de ver recientemente, en el Teatro Español, la versión española de una de las más famosas obras, junto con Las uvas de la ira, de John Steinbeck, De ratones y hombres.
Y tenemos que reconocer que estamos ante una obra extraordinaria, muy bien recreada e interpretada, donde los actores saben expresar a la perfección sus emociones y estados de ánimo.
El texto de Steinbeck nos sitúa en los Estados Unidos, en plena crisis de los años 30, donde el incremento del paro hacía que mucha gente se dedicara a viajar por todo el país, en busca de empleos temporales, muchas veces en zonas rurales, para poder sobrevivir.
Los dos protagonistas son George y Lennie, el segundo un retrasado que sin mala intención, pone a veces en muchos apuros a su compañero que ,sin embargo, se resiste a abandonarlo unido a él por un fuerte sentimiento de compañerismo y lealtad.
Ambos acuden a una granja donde han sido contratados para trabajar durante un tiempo. En aquélla se encuentran con una serie de personas que reflejan lo peor y mejor del ser humano. Junto con la camaradería y la amistad, los actos de brutalidad y crueldad, la marginación y soledad del diferente, representado por un trabajador negro al que casi todos dan de lado, menos Lennie, el deficiente mental capaz de no marginar a nadie por el color de su piel.
Pero el rasgo que une a todos ellos, no es tanto su situación de explotados sino su soledad.
Desde el negro, hasta la mujer del hijo del patrón, los personajes de Steinbeck están marcados por vidas solitarias, desarraigadas.
 Y junto a la soledad y el desarraigo, lo más destacado de la obra es la lucha interna en cada uno de ellos en mantener la dignidad, los sueños y la ilusión de cambiar sus destinos, o dejarse arrastrar por la pasividad y la indiferencia.
Yes esa lucha por no perder la capacidad de soñar aún en los momentos más difíciles lo que hace que el ser humano pueda mantener su dignidad, lo fundamental de De ratones y Hombres.
Una lucha sin fin, que suele acabar mal, como en el libro trasladado al teatro.
Steinbeck no engaña, no hay final feliz, sino la imposición de una realidad obscura como una noche sin luna, de una realidad que aplasta vidas e ilusiones.
 Pero aún sabiendo el fin, siempre queda la lucha por alcanzar una meta que sólo se ve lejana, como un espejismo inalcanzable.
Y eso es lo más positivo de nuestro fugaz paso por un mundo sombrío.

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