viernes, 11 de enero de 2013

Y decirte alguna estupidez, por ejemplo: Te quiero

A veces, cuando llego a casa derrotado, con los ojos enrojecidos, mordiéndome el labio, haciendo un esfuerzo para que nada note mi familia; aquellos días en que me vence la fobia social contra la que combato desde la lejana infancia sin descanso, y no soy capaz de decir más de una frase seguida con las personas hacia las que no tengo confianza, en aquellos  momentos en que la angustia se me enrosca al estómago como una serpiente, a solas en mi cuarto, cierro fuertemente los ojos e intento traer a mi memoria tu rostro. Años ha, no puedo decir cuando y en que momento que ya no soy capaz de rememorar como era tu voz. Pero aún conservo, transcurrido tanto tiempo ,aunque cada vez más borrosa, como una figura que se va alejando por un sendero  envuelto en una niebla cada vez más espesa, la memoria de tu pelo, de tus ojos, de tu rostro, de tus manos, en aquellos brevísimos momentos en que te tuve al lado en alguna asignatura de la carrera , y, disimuladamente, veía tus dedos sujetando el bolígrafo y escribiendo lecciones olvidadas para siempre en el rincón de la nostalgia.

Recuerdo cómo me latía el corazón y cómo mi mente volaba y me imaginaba sujetando tu mano y sintiendo tu calor, acariciando tus dedos uno a uno e, iluso de mí, soñando con sentir la caricia de tu mano en mi cara, infundiéndome el ánimo y el valor para enfrentarme a la vida sin temor.
Otras veces te miraba andar y ansiaba caminar junto a ti, sin decirte nada, sin mirarte, solamente sabiendo que estabas a mi lado, que recorreríamos un largo trecho juntos, que cogeríamos el mismo metro al menos durante algunas estaciones de la vida.

Nunca, jamás, tuve el valor de decirte nada. Mis emociones, mis sentimientos, permanecieron mudos, aceptaron la derrota sin lucha, como las hojas que caen en el otoño, dejando el tronco cada vez más helado, cada vez más nostálgico, cada vez añorando más y más la presencia y alegría de esas hojas verdes de la primavera y el verano.

Y, un día, nunca más volví a verte, a escucharte, aunque fuera en la lejanía. Desapareciste de mi vida dejando un corte profundo, una sensación de dolor que se incrustó en mi cuerpo y que tardó mucho en ir desapareciendo, como ese esguince que, de vez en cuando, por algún mal movimiento, por alguna pequeña torcedura, vuelve a la realidad por breves momentos con un leve malestar, como un eco del daño del pasado.

Pero Raquel, ahora, sin embargo, en los malos momentos, vuelvo a recordarte, y tu presencia fantasmal me anima a seguir adelante entre los escombros y los bellos paisajes que nos acompañan en nuestro breve paso por el mundo.

Nunca te dije un estúpido : Te quiero. Pero gracias por haber pasado fugazmente por mi lado. Con eso me basta.


2 comentarios: