domingo, 10 de febrero de 2013

Apuntes sobre el cooperativismo y sus límites, los valores humanos, el capitalismo y la corrupción




Hace no mucho tiempo, en un día frío y ventoso, decidí acudir, sin mucho entusiasmo, a la presentación de una Red de Colectivos Autogestionados .Pensé que apenas habría gente, el tradicional puñado de alternativos, soñadores y rebeldes que acudimos de vez en cuando a algún acto de este tipo, para, en el fondo, darnos fuerzas a nosotros mismos y no desfallecer en un camino de incomprensión y soledades pero al que acabamos volviendo incluso aunque intentemos abandonarlo durante un tiempo.

Sin embargo me lleve una grata sorpresa al ver que había bastante más gente de la esperada. Y es que la crisis está provocando un despertar creciente en sectores de momento minoritarios de la población que, cansados de lo existente, empiezan a mirar hacia otro lado. Y con el incremento del paro y el cierre de empresas se empieza a perfilar en el horizonte la posibilidad del cooperativismo, aquel ya viejo ideal y práctica del ya añejo movimiento obrero que propugnaba y propugna la creación de empresas y fábricas en régimen cooperativo, es decir propiedad de los propios trabajadores que gestionan y organizan su actividad laboral sin necesidad de patronos, de forma democrática.

Limitado o reducido durante mucho tiempo a sectores aislados, a veces con fracasos y otras con éxito, resurgido en momentos de crisis grave en algunos momentos y lugares como en la Argentina  cuando el corralito, las cooperativas o empresas autogestionadas aparecen como una posibilidad de salvación cuando las cosas se derrumban a nuestro alrededor.

Es evidente que quienes tengan en mente un proyecto revolucionario o de transformación social deberían alentar el apoyo o creación del sector productivo cooperativo o autogestionario, con el propósito de expandir la democracia al ámbito económico. Sin embargo debemos ser honestos y reconocer que dentro del cooperativismo hay una división en dos sectores. Por un lado la de quienes buscan el apoyo del Estado para sus proyectos, tienen asalariados y una estructura interna más democrática que en las empresas y fábricas convencionales, pero limitada. Y, quienes, partidarios de un cooperativismo radical, evitan el trabajo asalariado y la división jerárquica en el interior de la unidad productiva.

Ambos cooperativismos tienen sus problemas. Los primeros pueden acabar convertidos en un elemento decorativo, en unas formas de empresas preocupadas por tratar bien a sus trabajadores pero sin objetivo de formar parte de un proyectos subversivo de sociedad, y olvidando lo que debe suponer una cooperativa. Los segundos, pueden acabar convertidos en grupos marginales, sin incidencia social, poco más que núcleos de amigos, obsesionados por la ocupación, o por mantenerse tan puros que caigan en la cuasi ilegalidad inoperante.

No obstante, más allá de opiniones personales, para nosotros es muy importante que estas ideas logren abrirse paso en las mentes de un creciente número de personas, pues no deja de ser un paso en la imperiosa necesidad de pensar un proyecto que permita, aunque de momento sea más imaginativo que real, irse saliendo del sistema.

Sin embargo, el límite esencial del cooperativismo es que por si solo no es garantía de construcción de una sociedad democrática o autogobernada. Debemos ser conscientes de la fortaleza del Poder y sus mecanismos, y entre ellos está la posibilidad de crear un cooperativismo sin aristas, un anzuelo para aparentar progresismo y anular el pensamiento constructivo y crítico de sectores sociales, haciéndoles caer en el espejismo de una autogestión irreal, controlada por la clase dirigente, al estilo de Tito, por ejemplo.

Y es que una sociedad democrática requiere de libertad tanto en el ámbito político como en el productivo. No deben existir, por tanto, oligarquías que dirijan y tomen las decisiones que corresponden al cuerpo social o a sus distintas partes, aunque se pinten de rojo chillón y se definan como revolucionarias. Por tanto las cooperativas autogestionadas son una parte, importante pero sólo una parte dentro del proyecto de reconstrucción democrático.

Por otro lado, en el proceso rehumanizador de las sociedades, los valores cooperativos  son esenciales. Frente a la competitividad y a la voluntad de poder, disvalores básicos del capitalismo privado o liberal y estatal-o socialismo de Estado, según prefiera definirlo cada uno-, la humanidad debe refundarse en los principios de la cooperación, la libertad igualitaria, la reflexión, la acción y la participación, así como la importancia de los bienes inmateriales o espirituales, frente a la obsesión por el dinero y las riquezas materiales.

De lo contrario, nunca se saldrá del capitalismo, y el izquierdismo en sus diversas ramas, con su obsesión por el tener, no es consciente de que no es más que un servidor del sistema capitalista, aunque sea con algunas variantes. Y es que la esencia del capitalismo no es la explotación, o la plusvalía, o empobrecer a los trabajadores. El capitalismo es un sistema basado en la destrucción del ser humano, mediante el trabajo asalariado, o sea la mutación moderna y en masa de la vieja esclavitud. El capitalismo es un sistema liberticida que inocula el virus de los valores consumistas, de culto al beneficio personal, al yo, a lo monetario. Quién no entienda esto nunca entenderá la esencia profunda del capitalismo, formará parte de la bestia o, creyendo destruirlo, lo reconstruirá bajo formas más temibles, como hicieron los marxistas o comunistas en el poder a lo largo del mundo, de Rusia a Cuba.

Una de las consecuencias más terribles del sistema capitalista y piramidal podemos observarlo con la crisis. Durante años hemos vivido creyendo que todo lo podíamos esperar de las jerarquías, de los amos estatales y empresariales. Que no eran necesarias las redes horizontales de cooperación y apoyo mutuo entre iguales. Que el progreso era infinito, que el segundo y tercer mundo estaba muy lejos, que nunca nos alcanzarían sus demonios, que el desarrollo tecnológico nos salvaría de todo. Y ahora resulta que todo era una ficción, una mascarada, que el abismo avanza sobre las masas opulentas del primer mundo, aquellas que o desconocían o despreciaban como mentes de locos las advertencias de los maestros de la antigüedad. Opulentos que tolerábamos la corrupción, mientras hubiera dinero y estómagos llenos, salvo que ésta fuera excesiva. Y, si bien es cierto que la corrupción puede darse en cualquier persona o sistema, es evidente que los “valores” de nuestra civilización contribuyen a dispararla a todos los niveles. No sólo en las alturas, sino en las bases. Pues, quién, de poder, ¿no se ha aprovechado del desorbitado precio de los pisos y los alquileres?. ¿es que eso es menos corrupción que la de algunos políticos?. Cada uno a su nivel, todos hemos participado del festín de la corrupción.

Con todo, y para terminar, volviendo al cooperativismo, este ofrece una salida. Y es la de reconstruir los lazos horizontales y solidarios derrumbados y olvidados. Cuando, a medio plazo, podemos encontrarnos con que ya no puede sostenerse ni el sistema de seguridad social-y el mismo sistema se ha dado cuenta de que la sociedad de servicios, de consumo puro y duro no es sostenible y ya se habla de una reindustrialización que, en nuestro país, con un tejido productivo industrial y agrario destruido casi por completo puede tardar muchos años en reconstruirse-, es esencial para nuestra supervivencia elaborar sistemas de Seguridad Social cooperativos, sistemas educativos cooperativos y un largo etcétera de relaciones familiares, vecinales…desaparecidas en el desván de lo considerado viejo y carca. 

De lo contrario la pesadilla del progreso tecnoburocrático y capitalista puede continuar y avanzar hacia lugares insospechados.


1 comentario:

  1. Compañero, traduje este post al inglés: http://level.interpreters.coop/2013/02/21/notes-on-cooperativism-and-its-limits-human-values-capitalism-and-corruption/

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