Hace no mucho tiempo, en un día frío y ventoso, decidí
acudir, sin mucho entusiasmo, a la presentación de una Red de Colectivos
Autogestionados .Pensé que apenas habría gente, el tradicional puñado de
alternativos, soñadores y rebeldes que acudimos de vez en cuando a algún acto
de este tipo, para, en el fondo, darnos fuerzas a nosotros mismos y no
desfallecer en un camino de incomprensión y soledades pero al que acabamos
volviendo incluso aunque intentemos abandonarlo durante un tiempo.
Sin embargo me lleve una grata sorpresa al ver que había
bastante más gente de la esperada. Y es que la crisis está provocando un
despertar creciente en sectores de momento minoritarios de la población que,
cansados de lo existente, empiezan a mirar hacia otro lado. Y con el incremento
del paro y el cierre de empresas se empieza a perfilar en el horizonte la
posibilidad del cooperativismo, aquel ya viejo ideal y práctica del ya añejo
movimiento obrero que propugnaba y propugna la creación de empresas y fábricas
en régimen cooperativo, es decir propiedad de los propios trabajadores que
gestionan y organizan su actividad laboral sin necesidad de patronos, de forma
democrática.
Limitado o reducido durante mucho tiempo a sectores
aislados, a veces con fracasos y otras con éxito, resurgido en momentos de
crisis grave en algunos momentos y lugares como en la Argentina cuando el corralito, las cooperativas o
empresas autogestionadas aparecen como una posibilidad de salvación cuando las
cosas se derrumban a nuestro alrededor.
Es evidente que quienes tengan en mente un proyecto
revolucionario o de transformación social deberían alentar el apoyo o creación
del sector productivo cooperativo o autogestionario, con el propósito de
expandir la democracia al ámbito económico. Sin embargo debemos ser honestos y
reconocer que dentro del cooperativismo hay una división en dos sectores. Por
un lado la de quienes buscan el apoyo del Estado para sus proyectos, tienen
asalariados y una estructura interna más democrática que en las empresas y
fábricas convencionales, pero limitada. Y, quienes, partidarios de un
cooperativismo radical, evitan el trabajo asalariado y la división jerárquica
en el interior de la unidad productiva.
Ambos cooperativismos tienen sus problemas. Los primeros
pueden acabar convertidos en un elemento decorativo, en unas formas de empresas
preocupadas por tratar bien a sus trabajadores pero sin objetivo de formar
parte de un proyectos subversivo de sociedad, y olvidando lo que debe suponer
una cooperativa. Los segundos, pueden acabar convertidos en grupos marginales,
sin incidencia social, poco más que núcleos de amigos, obsesionados por la
ocupación, o por mantenerse tan puros que caigan en la cuasi ilegalidad
inoperante.
No obstante, más allá de opiniones personales, para nosotros
es muy importante que estas ideas logren abrirse paso en las mentes de un
creciente número de personas, pues no deja de ser un paso en la imperiosa necesidad
de pensar un proyecto que permita, aunque de momento sea más imaginativo que
real, irse saliendo del sistema.
Sin embargo, el límite esencial del cooperativismo es que
por si solo no es garantía de construcción de una sociedad democrática o
autogobernada. Debemos ser conscientes de la fortaleza del Poder y sus
mecanismos, y entre ellos está la posibilidad de crear un cooperativismo sin
aristas, un anzuelo para aparentar progresismo y anular el pensamiento
constructivo y crítico de sectores sociales, haciéndoles caer en el espejismo
de una autogestión irreal, controlada por la clase dirigente, al estilo de
Tito, por ejemplo.
Y es que una sociedad democrática requiere de libertad tanto
en el ámbito político como en el productivo. No deben existir, por tanto,
oligarquías que dirijan y tomen las decisiones que corresponden al cuerpo
social o a sus distintas partes, aunque se pinten de rojo chillón y se definan
como revolucionarias. Por tanto las cooperativas autogestionadas son una parte,
importante pero sólo una parte dentro del proyecto de reconstrucción
democrático.
Por otro lado, en el proceso rehumanizador de las
sociedades, los valores cooperativos
son esenciales. Frente a la competitividad y a la voluntad de poder,
disvalores básicos del capitalismo privado o liberal y estatal-o socialismo de
Estado, según prefiera definirlo cada uno-, la humanidad debe refundarse en los
principios de la cooperación, la libertad igualitaria, la reflexión, la acción
y la participación, así como la importancia de los bienes inmateriales o
espirituales, frente a la obsesión por el dinero y las riquezas materiales.
De lo contrario, nunca se saldrá del capitalismo, y el
izquierdismo en sus diversas ramas, con su obsesión por el tener, no es
consciente de que no es más que un servidor del sistema capitalista, aunque sea
con algunas variantes. Y es que la esencia del capitalismo no es la
explotación, o la plusvalía, o empobrecer a los trabajadores. El capitalismo es
un sistema basado en la destrucción del ser humano, mediante el trabajo
asalariado, o sea la mutación moderna y en masa de la vieja esclavitud. El
capitalismo es un sistema liberticida que inocula el virus de los valores
consumistas, de culto al beneficio personal, al yo, a lo monetario. Quién no
entienda esto nunca entenderá la esencia profunda del capitalismo, formará
parte de la bestia o, creyendo destruirlo, lo reconstruirá bajo formas más
temibles, como hicieron los marxistas o comunistas en el poder a lo largo del
mundo, de Rusia a Cuba.
Una de las consecuencias más terribles del sistema
capitalista y piramidal podemos observarlo con la crisis. Durante años hemos
vivido creyendo que todo lo podíamos esperar de las jerarquías, de los amos
estatales y empresariales. Que no eran necesarias las redes horizontales de
cooperación y apoyo mutuo entre iguales. Que el progreso era infinito, que el
segundo y tercer mundo estaba muy lejos, que nunca nos alcanzarían sus
demonios, que el desarrollo tecnológico nos salvaría de todo. Y ahora resulta
que todo era una ficción, una mascarada, que el abismo avanza sobre las masas
opulentas del primer mundo, aquellas que o desconocían o despreciaban como
mentes de locos las advertencias de los maestros de la antigüedad. Opulentos
que tolerábamos la corrupción, mientras hubiera dinero y estómagos llenos, salvo
que ésta fuera excesiva. Y, si bien es cierto que la corrupción puede darse en
cualquier persona o sistema, es evidente que los “valores” de nuestra
civilización contribuyen a dispararla a todos los niveles. No sólo en las
alturas, sino en las bases. Pues, quién, de poder, ¿no se ha aprovechado del
desorbitado precio de los pisos y los alquileres?. ¿es que eso es menos
corrupción que la de algunos políticos?. Cada uno a su nivel, todos hemos
participado del festín de la corrupción.
Con todo, y para terminar, volviendo al cooperativismo, este
ofrece una salida. Y es la de reconstruir los lazos horizontales y solidarios
derrumbados y olvidados. Cuando, a medio plazo, podemos encontrarnos con que ya
no puede sostenerse ni el sistema de seguridad social-y el mismo sistema se ha
dado cuenta de que la sociedad de servicios, de consumo puro y duro no es
sostenible y ya se habla de una reindustrialización que, en nuestro país, con
un tejido productivo industrial y agrario destruido casi por completo puede
tardar muchos años en reconstruirse-, es esencial para nuestra supervivencia
elaborar sistemas de Seguridad Social cooperativos, sistemas educativos
cooperativos y un largo etcétera de relaciones familiares,
vecinales…desaparecidas en el desván de lo considerado viejo y carca.
De lo
contrario la pesadilla del progreso tecnoburocrático y capitalista puede
continuar y avanzar hacia lugares insospechados.
Compañero, traduje este post al inglés: http://level.interpreters.coop/2013/02/21/notes-on-cooperativism-and-its-limits-human-values-capitalism-and-corruption/
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