miércoles, 20 de febrero de 2013

Nostalgia de una abuela

Estos días, camino de un curso del trabajo, un par de tardes a la semana, tengo que andar por la zona de Nuevos Ministerios, y no soy capaz de avitar un sentimiento de melancolía cada vez que veo sus edificios, sus tiendas, los nombres de sus calles.

Y mi mente, sin apenas esfuerzo, lográ viajar al pasado, cuando mi abuela Soledad vivía en esa zona. Cuando íbamos en coche, todos los fines de semana a su casa, felices de poder reencontrarnos con su pelo blanco, sus gafas, su pequeña estatura, su sonrisa, su buen humor, su alegría ante la vida pese a las dificultades que tuvo que enfrentar y que poco a poco fuimos conociendo.

Con mucha dificultad, pero aún puedo oler el aroma a madera del parquet de la casa,veo  la mesita del teléfono y los dos sillones, el enorme y bello reloj antiguo, que sonaba puntual. La sala de estar donde muchas veces cenábamos y veíamos la televisión, poniendo la cabeza en su hombro, hasta caer rendido de sueño, cuando me acompañaba al cuarto, con una cama pequeñita, casi a ras del suelo, y la mesa donde comíamos cuando estábamos todos juntos, y que por la tarde me servía para estudiar , con un poco de pan y chocolate puro, uno de mis vicios de toda la vida, y el vaso de agua con limón, que sabía que tanto me gustaba.

Por supuesto recuerdo esas comidas tan ricas que nos hacía,y su obsesión de llenarnos el plato, y a ser posible le alegraba que repitiéramos, porque teníamos que crecer y estar fuertes, claro.

Pero la mayor ola de melancolía se agolpa en mi mente  cuando recuerdo la cercanía del verano en su casa, cuando ya se podía abrir la ventana y sentir los olores a primavera, la animación y el bullicio, cuando los dos árboles del patio se llenaban de hojas y los pájaros urbanitas, los gorriones, se posaban y piaban en sus ramas, hasta que, algún día, se decidió cortarlos porque molestaban en las entradas y salidas de coches. Pero lo que más recuerdo es la ilusión de ver volar y escuchar el grito de los vencejos, y sobre todo cuando descubrí un alerón donde, al anochecer, las horas en que estas aves hacen más ruido, se comportan de forma tan traviesa, uno de ellos encontraba un refugio. No siempre lo veía, pero si podía me asomaba a la ventana, a mirar fijamente el lugar y ver cómo se introducía en su casita nocturna.

También disfrutaba de las noches de bochorno, de ventilador, ventanas abiertas y abanico, aunque es verdad que a ella no le gustaban y siempre decía que entenderíamos su odio al calor cuando llegáramos a su edad.

Persona de fe, a veces le acompañábamos a misa, aunque tengo que reconocer que, por desgracia, desde muy temprana edad- 9 o 10 años-perdí mis creencias, pero el miedo a rebelarme y el agrado de acompañarla me hacían ir a su lado, con la mano encima del hombro, sin importarme distraerme pensando en mis cosas mientras ella atendía los discursos del sacerdote- sin embargo, de mi formación religiosa me queda el apego a Jesús, a su filosofía y al primer cristianismo, afecto y cercanía que nunca perdí ni he perdido-.

Los años no me distanciaron de ella, cosa que agradezco,y seguí caminando a su lado, mientras yo me hacía mayor y ella envejecía y perdía sus fuerzas, pero nunca su cabeza y siempre me animaba en los tiempos malos, en que perdía la ilusión y la esperanza. Seguimos recorriendo, con frío o calor, lluvia o sequía las calles de su barrio, y las de otras zonas de España en verano.

Pero todo tiene un fin, no hay bien que cien años dure, y, un día su fuerza le falló. Del hospital vino a nuestra casa, y allí murió. Fue muy duro, pero a la vez un acierto que los seres a quien amas no les dejes morir en la frialdad de un hospital, sino en el calor de un hogar, rodeado de la gente que amó.

Por eso, hoy, cuando la casualidad me lleva por los alrededores de donde vivía, creo su imagen a mi lado, y siento que caminamos, agarrados de la mano, viendo escaparates y charlando de lo divino y lo humano, de su vida, de sus andanzas, de sus alegrías y sus penas.

Ya hace años que no está, pero, muchas veces, cuando veo que voy a tirar la toalla, la pido ayuda y su ejemplo me sostiene.

Un beso abu y hasta siempre

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