Escuchando el otro día a un de mis grupos favoritos, Amaral,
exactamente su último CD, Hacia lo salvaje, en una de sus canciones me llamó la
atención una frase, que hasta entonces me había pasado desapercibida.
Probablemente por que lo que nos llama la atención de una canción, lo que nos
queda grabado, no es tanto su letra, sus frases, sino un estribillo, un ritmo,
unos sonidos, que es lo que hace que esa música nos emocione, nos haga sentir
algo, nos despierte la llama de un sentimiento, bien de alegría, bien de pena,
de melancolía o de viejos recuerdos de épocas pasadas, que parecen enterrados
en el cementerio de la memoria, pero que ,algo inexplicado, los hace salir a la
luz del presente, como el fogonazo y el destello de un cohete lejano, en una
noche estrellada y bochornosa, nos hace rememorar los tiempos ya lejanos de la
infancia.
Y, sin embargo, excepcionalmente, esas palabras, esa frase:
“En las cenizas del fracaso, está la sabiduría” que llegaron a mis oídos
mientras el agua de la ducha caía sobre mi cuerpo, consiguió removerme por
dentro y hacerme reflexionar.
¿Realmente los fracasos, que cada cierto tiempo nos sacuden
por dentro como un terremoto, nos acercan a la sabiduría?. Meditando mucho, con
el recuerdo aún vivo de un fracaso reciente, de una batalla perdida-pero, con
todo, con el grato recuerdo de unos buenos compañeros-, he llegado a la
conclusión de que, en las cenizas del fracaso, está la sabiduría de un alma, de
un corazón triturado, hecho pedazos por las fuerzas arrolladoras de la propia
vida- a veces favorecedoras, otras veces enemigas, como una jauría de perros
rabiosos que nos arañan y nos muerden en los sentimientos, hasta hacernos caer
al suelo y cerrar los ojos esperando que se alejen y que el dolor pase rápido-
que comprende que en la vida no hay paz ni felicidad completas y continuas,
que, siempre, en el momento más inesperado, en cualquier callejón de la vida,
nos asaltará el dolor, la infelicidad, la desilusión.
En las cenizas del fracaso está la sabiduría de aquel que
sabe que cada cierto tiempo tiene que reconstruirse, que reinventarse. Que en
cada fracaso va dejando fragmentos de su ser, que va menguando, que va
perdiendo fuerzas lentamente, que cada vez le cuesta más elevar la cabeza para
contemplar el cielo azul y el sol.
En las cenizas del fracaso está la sabiduría del que
comprende que en la historia no hay un final feliz, sino una sucesión de
derrotas, intercaladas con triunfos efímeros.
En las cenizas del fracaso está la sabiduría de quines
entienden que la vida es un caer y un levantarse continuo para, al final,
desfallecer definitivamente.
En las cenizas
del fracaso está la sabiduría de quienes descubren que es ese esfuerzo,
probablemente absurdo, el que logra, a la postre, dar un sentido a la
existencia.
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