domingo, 25 de agosto de 2013

Hannah Arendt y la banalidad del mal

Hace pocos días que hemos visto la película de la directora alemana Margarethe Von Trotta sobre Hannah Arendt. Se trata de una pensadora y escritora de altos vuelos, compleja y de ideas independientes, incomprendida por muchos que no la pueden situar en un espacio ideológico definido.

La descubrí hace ya varios años, gracias al interesante libro Sobre la Revolución, teniendo pendiente de acabar La Condición Humana, y de leer Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental-del que sí he leído su vibrante texto, incluido en el libro, Reflexiones sobre la revolución húngara, una defensa del levantamiento del pueblo y los obreros húngaros en 1956 contra la dictadura comunista, así como de la creación de Consejos vecinales, de estudiantes, de trabajadores... en todo el país-. Pero el conocimiento es tan vasto y hay tantos y tantos libros interesantes por leer, que al final sólo se puede acceder a un mínimo de ellos.

Volviendo a la película ésta retrata el episodio más famoso y conflictivo de su vida, la del seguimiento como corresponsal de un periódico en Israel al juicio a un criminal de guerra nazi, detenido en Buenos Aires: Adolf Eichmann.

El film nos acerca también algo a su vida privada, mostrando a los intelectuales que constituían su núcleo de amigos así como a su segundo marido, un hombre de vida ajetraeda y por tanto muy interesante que en su juventud luchó con los espartaquistas y que llegó a ser profesor sin acabar el bachillerato, muestra de que el ansia de saber y las inquietudes están por encima del aprendizaje oficial, de las titulaciones. Todo ello combinado con imágenes de su juventud, cuando, estando estudiando, conoció al famoso filósofo Heidegger, del que se hizo amante, hasta que éste se unió a los nazis. Así mientras su profesor adquiría renombre en Alemania, Arendt huyó a Francia, de donde posteriormente también tendría que huir, embarcándose para los Estados Unidos.

Instalada en Israel  para seguir de cerca el juicio e informarse de las atrocidades en las que participó el nazi, leyendo toda la documentación disponible, empezó a desarrollar una idea que, de regreso a Estados Unidos, donde publicó su Informe, le causaría grandes problemas entre la comunidad judía.

Y ese concepto, esa idea, ella lo definió como "la banalidad del mal". Lo que quería decir con ello es que el mal es ejercido muchas veces por personas corrientes, no por demonios. Por burócratas que obedecen órdenes, aunque no tuvieran detrás, como parecía ser el caso de Eichmann, un odio al pueblo judío.

Esto no significaba que Hannah Arendt intentara eliminar la importancia de la responsabilidad personal, ni mucho menos minimizar el holocausto, si no que quería analizar, comprender que había originado aquella matanza tan terrible llevada a cabo por el partido nacionalsocialista y porque tanta gente había participado en el mal.

De ahí el concepto de la banalidad del mal, de cómo gente común y corriente pierde su capacidad de pensamiento independiente, su moral, sus ideas de lo que está bien y está mal para sumarse a una maquinaria de exterminio.

Pero esta idea suya no fue comprendida, causando un fuerte rechazo en mucho judíos y llegando a perder amistades para siempre. Lo que se agravó con su crítica a los Consejos Judíos, algunos de los cuales colaboraron con los nazis-para salvar sus vidas- en las deportaciones y exterminios en los campos de concentración. Un asunto muy delicado y dificilmente juzgable teniendo en cuenta aquellas terribles circunstancias.

Hay que destacar cómo, al defenderse de las injustas acusaciones de odio a los judíos, su pueblo, expresó su opinión de que ella no quería a ningún pueblo, sino sólo de sus amigos. Brillante comentario

Es cierto que la película sólo nos acerca a una mínima parte del pensamiento de la filósofa y escritora, pero es entretenida y puede servir para darla a conocer en nuestro país y que alguien, intrigado, se acerque a su obra.

Hannah Arendt, junto a otros autores como Castoriadis, Orwell, Albert Camus, Simone Weil...representan, para nosotros, lo mejor de la tradición intelectual moderna de Occidente, voces independientes, personalidades que supieron mantenerse leales a su conciencia, a la incomodidad de reflexionar libremente, al margen de los bloques de la guerra fría o de los sistemas, de los partidos y los caminos marcados, de los que se supone nadie, y menos un intelectual, debía desviarse.

Personas como ella siguen siendo necesarios en el presente, para resistir a los engaños y manipulaciones de los diversos poderes, de los modernos mecanismos de manipulación de masas, independientemente de la tendencia ideológica, del partido y empresas al que sirvan éstos.

Y para pensar y analizar sin miedo a quedarse solo.






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