domingo, 1 de diciembre de 2013

El libro de los condenados





Escrito en 1919, tanto este libro como otros de Charles Fort, desconocido en España, suponen el inicio de un tipo de literatura que fija sus ojos en los casos extraños, en lo maldito y apartado por la ciencia, aquello que chirría a las mentes racionales y ordenadas del mundo moderno.

Y, sin embargo, no debe confundirse a Fort con el típico aficionado o investigador de lo que se llama parapsicología. Para nosotros no cabe incluirlo en ese grupo de estudiosos de hipotéticos casos de espíritus, poltergeist, demonios y demás.

No, podemos definir a Fort como un, si cabe el concepto, parapcosmólogo. Y también como un precursor, un adelantado, de la llamada ufología.

De rostro bonachón, regordete, con gafas y bigotes de morsa, su apariencia convencional escondía un crítico de los métodos de la ciencia, de sus intentos por ocultar o burlarse de lo que escapaba a su control, de aquellos fenómenos que se salían, nunca mejor dicho, de madre, y no podían ser asimilados y explicados por la mentalidad cartesiana.

De profesión periodista, hombre muy inquieto, empezó por desear escribir una novela, idea que abandonó para acumular miles de notas sobre todo tipo de temas, estudiando todas las artes y las ciencias, sobre todos los fenómenos conocidos, para encontrar un orden, una ley cósmica. Él rechazaba la idea de que vivíamos en un mundo compartimentado, en un mundo de celdillas, y pensaban que se necesitaba una interacción de todas las disciplinas.

Adelantándose muchos años a los científicos que desde Einstein a Michio Kaku y otros han buscado una teoría del todo, la unión de lo micro y lo macro-de momento sin resultados- Fort sostenía que, para una mente superior, los objetos no son más que constreñimientos locales fundiéndose los unos con los otros en un gran todo global. Pensaba, quién sabe si con razón, que vivíamos una pseudo-existencia, de la que sólo se pueden sacar pseudo-conclusiones, basándose en pseudo-informes.

El libro de los condenados es un alocado y maravilloso libro en el que plasma todas sus miles de notas, recopiladas casi todas de revistas científicas-es decir, usaba la misma ciencia para refutar su visión de las cosas- sobre temas absurdos, desde las famosas lluvias de ranas, peces y pájaros, a otras más extravagantes como sangre, pasando por sustancias gelatinosas, caídas de trozos de hielos en cielos despejados, algún extraño animal, caída de sustancias sulfurosas, de piedras aparentemente trabajadas y con inscripciones en un lenguaje desconocido, de trozos de hierro o metal, de carbón…

Recopiló casos de encuentros con objetos o construcciones de enorme tamaño, y sus contrarios, hachas o ataúdes de dimensiones minúsculas. De lluvias localizadas en un espacio muy limitado, por ejemplo cita un caso de una lluvia de varios días, a intervalos irregulares, con cielo despejado, entre dos árboles de una calle.

Y, como no, de objetos luminosos que recorrían nuestros cielos, u observados por astrónomos, así como de oscuridades repentinas en pleno día, en algunas zonas o regiones del mundo que no correspondían a ningún eclipse.

Sus hipótesis arriesgadas, que tampoco podemos asegurar que en algún caso no fueran un intento de escandalizar a la ciencia de su época, más que a otra cosa, sostenían caídas de animales de lo que el llamaba el Supermar de los Sargazos, o supuestos ríos, lagos y estanques situados por encima de nuestras cabezas, frente a la idea dominante de que eran animales levantados por torbellinos o trombas. Creía que, las caídas de materiales como hierro, carbón, piedras pulidas…podían proceder de aeronaves o superconstrucciones de otras civilizaciones, así como ser estas superconstrucciones responsables de los casos de oscuridades repentinas.

Charles Fort creía que civilizaciones de otros mundos nos habían visitado y continuaban visitándonos, respondiendo a la eterna duda de porque no han contactado con la cruda pero quizá acertada respuesta de que si nosotros no intentaríamos civilizar patos, vacas, gallinas y cerdos, esos otros seres no tendrían gran interés tampoco en darse a conocer . A lo sumo podríamos ser objeto de distracción y entretenimiento.

Pensaba que estas civilizaciones eran de muy diversa procedencia y tamaño, desde gigantes hasta enanos, pues para él la respuesta de la ciencia al descubrimiento de hachas diminutas, sosteniendo que eran creadas para los niños, es una idea absurda.

Sostenía la existencia de campos de hielo y campos gelatinosos en el espacio, lo que explicaría la caída de meteoritos con sustancias gelatinosas, o de aerolitos, e incluso las lluvias localizadas y con tiempo despejados tendrían esa explicación: la de bloques de hielo estacionados durante un tiempo en una zona, fundiéndose lentamente.

Lógicamente, si bien algunas de sus ideas creemos que pueden ser válidas, como las relacionadas con visitas de naves de otros mundos, tanto en el pasado como en la actualidad-si bien reconocemos que se necesita la prueba definitiva- otras son casi imposibles de sostener, como el Supermar de los Sargazos.

Pero creemos que Fort estaría muy contento si pudiera conocer la gran apertura de la ciencia y sus estudios sobre la física cuántica y la probabilidad de la existencia de otras dimensiones y otras realidades paralelas a la nuestra. Quizás, en vez de en el Supermar de los Sargazos nos saldría con la posibilidad de que seres u objetos de realidades paralelas salten a la nuestra. Quién sabe.

Nosotros tenemos que reconocer la atracción que ejerce su figura y sus estudios en nuestra vida .Siempre recordaremos cuando, una noche de verano, estando veraneando en la playa, sentado tranquilamente con mi padre en la terraza de un apartamento-allá por el año 80, siendo un crío- observamos boquiabiertos pasar una especie de bola luminosa, de un tamaño nada despreciable, entre los edificios.

Durante años pensé que se trataba de un meteorito. Hoy no sabría que decir. Quizás entre la explicación ultracientífica de que podría ser un cohete de feria y la imaginativa de Fort de un objeto de otro mundo, la realidad, o como diría Fort la cuasi realidad de nuestra cuasi existencia, sería que ni lo uno ni lo otro.

En fin, que vaya usted a saber lo que era y de dónde procedía esa curiosa bola de “fuego” o luminosa-que curiosamente Fort cita en su libro-.

Quisiera despedirme con un par de surrealistas frases de su libro, al inicio del capítulo uno, cuando hace la presentación del texto: “las putillas brincarán, los enanos y jorobados distraerán la atención, y los payasos romperán con sus bufonadas el ritmo del conjunto. Sin embargo el desfile tendrá la impresionante estabilidad de las cosas que pasan, siguen pasando y no dejan de pasar”.

Pues nada, pasen, vean y disfruten del espectáculo.


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