domingo, 12 de enero de 2014

El cojo de Inishmaan



En el Teatro Español se está representando una interesante obra del autor irlandés Martin McDonagh en la que se nos reflejan, fundamentalmente,
los claroscuros y complejidades de los individuos y sus comunidades.

El protagonista es un adolescente tullido, apodado Billy el Cojo, huérfano y acogido por sus tías; su sueño es escapar de una isla de la que se siente preso, sometido a burlas e incomprensiones por sus defectos de nacimiento. Refugiado en la contemplación de las vacas y en la lectura de  libros antiguos, un día se le presenta la oportunidad de huir cuando se entera que a una isla cercana va a llegar un equipo de Hollywood para rodar una película.

La obra, una tragicomedia dotada de un corrosivo humor negro nos muestra una variedad de tipos humanos en las que todos, o casi todos, podemos reconocernos, bien de manera directa o indirecta. Pero también, y lo que la hace para nosotros más atractiva es que sus protagonistas acaban mostrando caras ocultas, rostros desconocidos, desconcertando a los espectadores.

Así destaca Johny, un tipo aficionado a husmear en las vidas ajenas y a cotillear continuamente de todo y todos, sin importarle el daño que pueda ocasionar, pero que esconde, pese a su aparente vacío, en los rincones ocultos de su pasado, una actuación heroica por su altruismo y generosidad. O un marinero, aparentemente comprensivo y sensible, a la vez que solitario, pero que, a veces, reacciona con suma violencia. O dos hermanos, chico y chica, conocidos de Johny, aparentemente agresiva y desvergonzada ella, y simplón él, aunque tampoco son lo que aparentan.

Junto con sus tías, mujeres que le critican pero que a la vez adoran al protagonista, destaca el retrato de Bylly el Cojo. Un chico inteligente, observador y reflexivo,  marginado y considerado con pena e infravalorado por la comunidad por sus defectos, también  capaz de lo mejor y lo peor por alcanzar su sueño.


Retrato compasivo y ácido de los seres humanos, aunque centrado en la Irlanda de los años 30, se puede extender a cualquier tiempo y sociedad. Pues todos los hombres y mujeres tenemos una doble cara, mostramos u ocultamos lo que nos interesa y, a veces, nadie es capaz de descubrir lo que yace en el fondo de nuestra personalidad. Y,cuando, esporádicamente, se rompen los diques, podemos sorprender a quienes nos rodean, que no esperaban ni intuían lo que realmente somos, la complejidad que todos y todas tenemos frente a los retratos monocolores que nos empeñamos en mostrar de nosotros.




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