Desde hace un tiempo estamos asistiendo al recrudecimiento
del conflicto entre el nacionalismo español y el catalán, conflicto impulsado por el
Presidente de la Generalitat catalana, Artur Mas, que parece haberse embarcado
en una aventura secesionista sin un final claro, aun a costa de la caída en
picado de su partido, CIU, y el ascenso de grupos políticos más marcadamente
nacionalistas y populistas por tradición y discursos, como ERC y las CUP, y por
el lado nacionalespañolista-y también marcadamente populista y demagógico para
los conocedores de su intrahistoria- Ciutadans, continuador del viejo
lerrouxismo con otro discurso, el de la regeneración democrática, .
Todo nacionalismo, le va la vida en ello, necesita agitar
agravios y conflictos pasados, existentes o no, tremolar banderas al viento,
usar la lengua y la cultura como armas, unir al pueblo en torno a mitos de un
pasado glorioso, y vender un futuro de prosperidad y bienestar.
Y esto último conviene tenerlo muy presente, pues, en
nuestra opinión, la crisis económica ha sido el disparadero que ha hecho
aflorar el discurso nacionalista y que hace que, mucha gente, especialmente en
Cataluña, crean que, en una hipotética independencia, van a lograr salir del
atolladero, no sabemos muy bien de qué manera, pues realmente no parece más que
el sueño de una noche de verano, una ilusión sin asideros, una especie de
hipnosis generalizada. Y olvidando, claro, los recortes y la corrupción de los
impulsores de la jugada que tanto entusiasmo les despierta.
Por el lado que llamaremos españolista, se da más de lo
mismo, pero ampliado. Quienes más gala hacen de defender a España, a lo que ellos
llaman Marca Española,el Partido Popular, constituyen poco más que una mafia
organizada en partido político-no muy diferentes, cierto, de sus rivales,
especialmente el PSOE y su brazo sindical, la UGT-, envuelta en un grave caso
de financiación ilegal. Es decir quines más han hecho por destruir España, no son los nacionalistas periféricos, son los españolistas, que son quienes han gobernado el país llevándolo a la debacle.
Todo esto, lo que pone de manifiesto, es que las fuerzas que
hacen gala de patriotismo, tanto en un lado como en otro, utilizan ese supuesto
amor a la patria como arma con la que ocultar sus robos y desmanes, así como
para manipular a la población para que esta siga creyendo en sus mentiras y
engaños. Los nacionalismos, por tanto, son el ropaje que necesitan las clases
dirigentes para mantener su dominio, haciendo creer que ellos representan al
pueblo, y son solidarios con él.
Habitualmente escuchamos el discurso en defensa de la
autodeterminación de los pueblos como una esencia de la democracia. Es decir,
que, en el fondo, lo que se sigue pensando es que la democracia es escoger
quienes te mandarán, en qué territorio y bajo qué bandera.
Pero la democracia, la autodeterminación, implica., sí, el
que las comunidades se doten de sus normas, de sus instituciones, de sus formas
de organización y vida económicas, educativas, sanitarias, culturales…Pero
organizado de abajo a arriba, sin oligarquías ni castas dirigentes.
Evidentemente la democracia se asienta en un territorio, no en el aire, o en el
vacío. Pero ese asentamiento no tiene nada que ver con la doctrina
nacionalista, es decir de convertir una lengua y unas supuestas tradiciones-que
casi nunca son puras- en ideología .Una cosa es el respeto y la necesidad de la
diversidad, y otra cosa es usar esa diversidad como arma arrojadiza, como
fuente de separación y discordia entre las personas.
Sí creemos que para poder hacer factible la democracia, se
necesita descentralizar el poder, incluso evitar las megalópolis, la
acumulación de población en grandes urbes, que solo beneficia al poder al tener
a la población más controlada y, por tanto, más manipulable y manejable.
Para esto se necesita ir de lo pequeño a lo grande, para
hacer posible la participación reflexiva del mayor número de personas en la
vida de la comunidad. Es decir partir del barrio o pueblo, al municipio,
llegando hasta los niveles internacionales, a través del principio federativo.
La progresiva y siempre imperfecta e inconclusa emancipación
de los hombres, mujeres y niños, parte de la federación solidaria e igualitaria
de comunidades a escala humana, con todas sus actividades y grupos naturales,
desde el trabajo-que debe ir tendiendo al cooperativo y autónomo frente al
asalariado- a otros múltiples que favorezcan el contacto, o el conocimiento de
los otros frente a la atomización de las dictaduras y las llamadas democracias
representativas.
De esa manera tenderemos a reducir-que no a eliminar- los
peligros de los nacionalismos, con su fragmentación y separación artificial de
las gentes y, de paso, el peligro, más lejano, de momento, del Estado mundial,
también destructor de las libertades democráticas.
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