Uno de los temas recurrentes de reflexión a lo largo de la
historia es el mal, su naturaleza, sus causas, si es o no algo que forma parte
de nuestra esencia y cómo combatirlo.
En nuestra opinión los seres humanos somos seres duales,
somos imperfectos y, disponiendo de un grado de libertad, mayor o menor según
opinión de cada cual, podemos dejarnos arrastrar por el mal, lo mismo que
podemos esforzarnos por seguir la senda del bien.
Dicho esto y, por tanto, no estando dentro de las líneas de
pensamiento que consideran al hombre bueno o malo, lo que nos resulta demasiado
simple, nos gustaría reflexionar sobre qué causas pueden favorecer el mal, y
cuáles reducirlo-nunca eliminarlo- y si la sociedad actual lo favorece o no.
Para nosotros el mal no es sólo dañar, acosar o humillar a
otros, sino también la indiferencia hacia los demás y el usarlos como medios
para lograr nuestros fines, dentro de una mentalidad egocéntrica donde reina el
culto al Yo.
Varias son las causas según nuestra opinión de que el mal
haya sido fuerte y, en ocasiones predominante sobre el bien a lo largo de la
historia.
En primer lugar, el pensamiento de que somos los reyes de la
creación, lo que implica pensar que tenemos pleno derecho no sólo a dominar,
sino a destruir lo que consideramos inferior y no humano: es decir la
Naturaleza, desde los bosques, a los animales, las aguas… Pero esta idea de
dominación no sólo ha ido dirigida contra el entorno natural, sino que se ha
dirigido contra los seres humanos. Aceptada con naturalidad la idea del Poder,
de que unos gobiernen sobre otros, se abrieron las puertas del mal, iniciándose
un proceso de división y fragmentación de las sociedades a lo largo del tiempo.
Unido a la voluntad de poder, viene el ansia de riqueza, de
bienes materiales. Es decir el objetivo en la vida de un creciente número de
personas es ser ricos y disfrutar de todo tipo de lujos y comodidades, aunque
sea a costa de controlar los bienes comunes, o que debieran ser comunes, excluyendo
a la mayoría de la población y, como en el caso del Poder, haciendo creer que
las clases sociales son algo natural.
Esta progresiva rotura en las comunidades humanas con el
tipo de valores que fueron haciéndose dominantes-si bien con excepciones y no
de manera definitiva hasta no hace mucho- favorece el desarrollo del mal, pues
alienta desde las guerras de conquista, políticas y económicas, a la lucha en
el interior de las colectividades para ser más que otros , impulsándose un
espíritu de competitividad muy dañino.
Si observamos la sociedad que nos ha tocado vivir, podemos
darnos cuenta de que supone el triunfo prácticamente absoluto de los “valores”
favorecedores del mal .Desde la búsqueda del éxito material o sea elevando al
dinero a Dios único, a centrar todo en la vida en la economía, en las
necesidades materiales, creando una mentalidad hedonista y puramente
materialista; al triunfo del egocentrismo y la competencia frente a la
solidaridad y el apoyo mutuo. En la persecución del beneficio individual y el
lucro, a la vez que se fustiga hipócritamente a los políticos y banqueros por
actuar como lo hacemos nosotros a un nivel más modesto aprovechándonos del
prójimo todo lo posible en, por ejemplo, el precio abusivo que se ponía a
las viviendas.
Es esencial en la creación de esa sociedad del mal y la
indiferencia, la destrucción de todo valor espiritual, considerado algo
reaccionario o clerical. Sin embargo, fácil es ver que si tan destructivo es
para los seres humanos el fundamentalismo religioso, también lo es el laicismo
inespiritual, que fomenta los valores más bajos, más puramente fisiológicos,
ahogando el desarrollo de una fuerte conciencia moral, que es lo que pudiera
favorecer el nacimiento de una sociedad más apegada al bien.
Por tanto el sistema capitalista en que vivimos es un
semillero de maldad, al favorecer todo lo que va contra el bien.
La libertad, la
responsabilidad, la cooperación, los bienes inmateriales, la empatía, la bondad…son
los valores que nos acercan al bien, y los que deberían impulsarse, siendo
conscientes que el mal nunca morirá.
El camino que seguimos es el contrario, pero siempre podemos
tomar la otra senda, y hacer de nuestras vidas un esfuerzo individual al
servicio del bien, con resbalones y caídas inevitables, pero siempre
levantándonos lo antes posible sin desviarnos de la búsqueda de la vida
virtuosa.