Normalmente suele pensarse en el antagonismo entre
materialismo y religiosidad, entre una visión que tiene la materia como
esencial en la vida, derivando la conciencia o “espíritu” de ella y quienes
sostienen la primacía de la llamada parte espiritual o alma, fundamentalmente
las religiones. Esta idea generalizada no es totalmente exacta, pues existen
religiones no teístas y que no creen en un alma inmortal e individual y por
otra parte desde posturas filosóficas como el platonismo o neoplatonismo,
siendo Plotino su mayor
representante, se ha defendido la sumisión total del cuerpo al espíritu.
No obstante, para no complicarnos, aceptaremos en este texto
tal división entre materialismo y religión, entre primacía de lo físico o de lo
espiritual.
Para nosotros, sin embargo, las cosmovisiones materialistas
y religiosas de la vida-sin caer en la generalización ni en la demonización de
unas y otras- comparten elementos comunes, y estos elementos son el de la
opresión, la alienación y la deshumanización.
Con planteamientos opuestos, materialismo y religión
contribuyen a esclavizar al hombre, a cosificarlo, al reducir o destruir una
parte de su naturaleza, bien la material, bien la espiritual o la de la conciencia.
Si estudiamos la historia de las religiones, especialmente
la de los monoteísmos, observamos como pasaron pronto de, sobre todo en el caso
del cristianismo, ideales con un componente liberador, hablando del amor al
prójimo, de la comunidad de bienes, de la misericordia… a convertirse en
elemento opresivo y justificador de las injusticias tanto de las propias
Iglesias como del poder secular, colaborando con Reyes, Príncipes y demás
figuras que, a lo largo de la historia se han dedicado a someter al pueblo a
sus intereses, si bien es cierto que cada poco tiempo surgían corrientes que
rechazaban esta deformación de sus principios originales.
La idea de un Dios único y verdadero, llevaba en sí el
germen de la deriva fanática, lo que provocó la persecución a otras creencias
religiosas y las famosas guerras de religión, Cruzadas, quema de herejes y
brujas… Y es que la fe, entendida
como la creencia ciega en algo, sin reflexión, sin pruebas, sin
experimentación, corroe el librepensamiento, dificulta el uso de la razón y el
pensamiento autónomo, contribuyendo a crear mentalidades fundamentalistas y
represivas.
La primacía absoluta dada a la supuesta vida en el Más Allá,
la crítica al cuerpo y sus necesidades trajo consigo un rechazo de la
sexualidad, vista como elemento solo procreador, y no como algo natural, que
puede incluir, o no, la procreación.
Como rechazo a este estado de cosas se desarrolló una
concepción materialista de la vida, que desde la Ilustración a otros ideales
posteriores, pretendía libertar mentes y cuerpos.
Paradójicamente la concepción materialista de la vida, como
la del cristianismo, también ha degenerado al extremo de vaciar las sociedades
en que ha triunfado de todo sentido elevado de existencia, ha atomizado las
comunidades humanas rompiendo la solidaridad y la cooperación entre sus
miembros al fomentar los valores del hedonismo, la búsqueda del éxito, el
economicismo, el amor a la propiedad y a las riquezas materiales, al bienestar
material olvidando el espiritual, ha glorificado la búsqueda de los placeres
sensuales, convirtiendo a las gentes en esclavos de los sucesivos productos
tecnológicos que van apareciendo en el mercado, de las diversas modas que
venden las televisiones y medios de comunicación.
En una palabra, el materialismo reinante y triunfante de las
llamadas sociedades del bienestar ha reducido la libertad en su verdadero
sentido de reflexión, deliberación y participación en el gobierno de la Polis
por la búsqueda de sucedáneos materiales, ha liquidado lo positivo de una visión
más espiritual de la existencia: el apoyo mutuo, la virtud, la amistad, la
creencia en un ideario emancipativo-sustituido por el pensamiento alternativo
simplista, basado en creer que el cambio social lo van a traer cambios mínimos,
en Leyes o Constituciones y /o en nuevas siglas o dirigentes, obviando el
cambio interior- los deberes hacia el prójimo, hacia el igual, sustituido por
el culto a los derechos-lo que implica aceptar la situación de sujeción o
dependencia respecto a los mandarines actuales a los que se exigen migajas-el progreso moral, la cultura
como elemento de transformación y pensamiento propio, frente a la cultura
entendida como producto de consumo o mera adquisición de ciertos conocimientos
teóricos creados por la casta dirigente para su beneficio, la vida noble, la
búsqueda del bien y la bondad, el rechazo a la voluntad de poder y la
competitividad, la austeridad , la riqueza inmaterial y un largo etcétera.
La República Materialista del Occidente decadente ha
cosificado al hombre, convirtiéndonos en un rebaño dócil con las alturas y en
lucha con los iguales, sin más meta que reconstruir la sociedad de consumo y
bienestar, aunque tal lucha sin futuro la disfrace bajo banderas y etiquetas
izquierdistas. Lo que explica la
ausencia de todo movimiento revolucionario o fuerza antisistema seria,
limitándonos a salir en procesiones laicas sabatinas a manifestar el
descontento.
Por tanto, si queremos abrir un nuevo sendero, levantar una
nueva civilización, debemos aprender de los errores del pasado. Y, frente a la
alienación de las visiones religiosas y materialistas de la existencia, ser
capaces de defender un esquema que una laicidad y espiritualidad.
Contra la espiritualidad y el materialismo torcidos, la
conciencia moral debe ser guía y motor de nuestro fugaz paso por el mundo, pues
es lo que favorece la eclosión de ideas más bellas y elevadas, la posibilidad
de resistir y, llegado el caso vencer al Orden inhumano que amenaza con
destruirnos en nuestra esencia. Esto, claro, debe ir unido a la aceptación del
cuerpo, sus necesidades y deseos-no descontrolados-, para evitar caer en el
sombrío fanatismo religioso, pero, aunque suene carca y risible, no es éste el
que debe regirnos, sino que siguiendo a los viejos maestros es el bienestar
inmaterial y el progreso moral, unido a la templanza y moderación en la
búsqueda de los placeres materiales y corporales lo que logrará acercarnos a
una vida realmente humana y a la consecución de los bienes materiales
necesarios para la vida.
Es el desenfreno en la búsqueda de lo material y en los
placeres menos elevados la esencia del capitalismo. Quien y quienes no lo
comprendan así nos condenan a seguir atados al sistema y a continuar siendo
dominados por los objetos y en última instancia las personas que los crean y
controlan.
De su no entendimiento viene, para nosotros,la raíz profunda del fracaso
antiguo y moderno de las izquierdas, del socialismo, de los nuevos movimientos
sociales.
Urge, por tanto, pensar en una laicidad espiritual.
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