martes, 24 de febrero de 2015

Nota sobre la supresión general de los partidos políticos

Entre la obra de la filósofa francesa Simone Weil, figura que poco a poco va ocupando el lugar merecido por su contribución al pensamiento  libre y por su ejemplar vida, que le llevó a trabajar de obrera y jornalera entre otras actividades, queremos destacar en esta ocasión un breve y luminoso ensayo titulado Nota sobre la supresión general de los partidos políticos.

El nombre del ensayo asustará a muchos, más en tiempos de feroz corrección política e inquisición intelectual, pero la judía no practicante de familia laica y cercana al cristianismo y a la civilización del Languedoc, así como al sindicalismo revolucionario -con quienes colaboró en sus medios, como la olvidada revista Revolución Proletaria- buscadora de la verdad y la justicia, consideró necesario demostrar que los partidos políticos y, no digamos ya el Partido Único, eran máquinas incompatibles con el bien común, la verdad y la justicia.

Para Simone esos eran los tres valores que debían organizar y regir la vida pública, siendo las máquinas partidistas organizaciones que los negaban al estar basados en la mentira, la propaganda, las pasiones colectivas, la expansión del poder. Todo partido, para ella, era en el fondo totalitario, aunque aceptara la pluralidad de siglas, pues para influir en la vida pública necesitaba expandir su poder, y esta expansión nunca tiene límites, todo grado de poder se considera pequeño para lograr el mayor peso en la vida de un país.

Los partidos necesitan, por otra parte, que sus miembros se sometan a su autoridad, adopten sus puntos de vista. En este sentido destruyen el pensamiento autónomo, la búsqueda de la luz interior. 

Son máquinas trituradoras del alma humana, pues llevan a la gente a adoptar puntos de vista determinados, a expresarse como socialista, conservador, monárquico, comunista...cuando lo natural es que una persona pueda compartir un punto de vista de unos y otros de otro. Para ella eso no es pensar.

Los partidos favorecen, por otra parte, que se tomen posiciones a favor o en contra de algo, no que se reflexione. Son, por tanto, un veneno, una droga que emponzoña no sólo a las personas que forman parte de ellos, sino a la sociedad que está fuera pero que, imbuida de su fanatismo se divide en manadas facciosas, enfrentadas unas contra otras, lo que indudablemente beneficia al Poder, que juega con el odio y el enfrentamiento entre el pueblo.

Se produce, y eso es fácilmente observable, una mutación en las gentes atraídas por sus banderas, que parecen ver en una u otras siglas una reencarnación de sus padres, de sus amigos-justificando en ellos cosas que denuncian en los rivales- cuando no son más que juguetes arrastrados por el virus de las pasiones colectivas, negadoras del razonamiento y la justicia. Y a los oponentes en demonios sedientos de sangre.

Simone Weil sostenía que una democracia era buena, por tanto, si se basaba en los tres pilares antes mencionados: verdad, justicia y servicio al bien público, sino no. Los partidos, para ella, debían ser por tanto suprimidos como fuente de mal social e individual, pues la llamada democracia de partidos no estaba sometida al bien.

Su ideal, difícil y elevado, era una democracia donde los representantes ciudadanos no se escogerán por la etiqueta, sino por lo que piensen sobre diversos aspectos, produciéndose una asociacion y disociación por juego de afinidades. Siguiendo a Rousseau entendía que la idea de voluntad general de éste era positiva por cuanto entendía que cuando las opiniones eran comparadas entre sí, se coincidiría por el lado justo y razonable, anulando el lado de las injusticias y los errores, razonamiento por el cual pensaba que tal consenso indicaba la verdad. Esto lo destruían los partidos, basados en impulsar las pasiones colectivas, lo que provoca división en diversas bandas criminales, según sus palabras.

Por nuestra parte coincidimos en la visión crítica de la autora respecto a los partidos políticos, no obstante creemos que la prohibición y persecución de los estupefacientes- o sea los partidos- tendría como consecuencia una mayor fortaleza y una mayor atracción hacia éstos, como todo lo prohibido. 

Pensamos, por tanto, que al camino para su progresiva desaparición está en desarrollar una democracia que, como la que tenía Simone en mente, no los necesitara y demostrara su superioridad, no persiguiéndoles sino evitando con diversos mecanismo que alguno de ellos tomaran el poder, hasta que se disolvieran como fantasmas en la luz del día, sin necesidad de ninguna represión.

 Para eso, por supuesto, sería necesario un sistema educativo totalmente diferente, basado en el fomento de las reflexiones autónomas,de la atención, no del posicionarse, como hemos dicho antes, a favor o en contra, o de enseñar como meros papagayos que repiten las lecciones de los libros de texto.

Sin eso, siempre seremos siervos.




jueves, 12 de febrero de 2015

Rinoceronte

Hasta el 8 de febrero ha estado en cartel una magnífica obra teatral de Ionesco, representante- ya fallecido en 1994- del teatro del absurdo, Rinoceronte.

La obra, de alto contenido simbólico, nos lleva a una ciudad de provincias donde, un día cualquiera, sucede algo muy extraño: un rinoceronte recorre veloz las calles perturbando e inquietando a los habitantes.

A partir de ahí, se inicia una transformación progresiva de los ciudadanos, que comienzan a convertirse en rinocerontes.

Metáfora de los totalitarismos que Ionesco tuvo la desgracia de conocer en su Rumanía natal, Rinoceronte es una reflexión sobre la fuerza del conformismo social, la atracción hacia los movimientos autoritarios con la destrucción de la individualidad y la absorción en una manada o colectividad irreflexiva, donde no es necesario pensar, donde todo está explicado, donde se puede disfrutar de concentraciones de masas, de cánticos, de consignas simples y maniqueas, de la glorificación de los Líderes…

Lo más interesante de la obra está, para nosotros, en la personalidad del inconformista, Berenger. Ionesco no nos lo presenta como un héroe, al contrario, se trata de un hombre acomplejado, que no se gusta a sí mismo y que no se siente nada cómodo en el trato social, lo que le lleva a rozar el alcoholismo. Es  un hombre tímido y temeroso, no un valiente que se enfrenta a la vida con determinación, sin titubeos.

Sin embargo, no siendo tampoco un intelectual, un hombre culto y formado, su rechazo temperamental a seguir y sumarse a la “masa”, su instinto, y su lucidez, es decir, su negativa a ponerse una venda mental, le lleva a resistir y negarse a la transformación.

Y es que para nosotros la mejor arma para no dejarse arrastrar por viejos y nuevos movimientos políticos de corte autoritario es, precisamente, intentar ser lúcido. Evitar autoengañarse, dejarse dominar por una ilusión que, si se analizan las cosas con detenimiento muestra a las claras lo que hay detrás del pretendido cambio o transformación social.

¿Está la obra desfasada, responde a otra época? .No, la llamada sociedad de la información y el conocimiento es una sociedad profundamente degradada y deshumanizada, y ha logrado levantar unas multitudes totalmente crédulas y conformistas con las operaciones políticas televisivas.

Basta con que los medios de comunicación, las televisiones ,decidan impulsar a encantadores de serpientes, sin más discursos que mostrar lo malos que son unos y lo buenos que son ellos y el pueblo-es decir, jugando con las emociones y el victimismo- para que muchedumbres crecientes se dejen arrastrar por los nuevos dirigentes, anulando su raciocinio.

Y si caen unos, ya los sustituirán por otros. Con formas, si se quiere, menos brutales que antaño, las crisis ponen de manifiesto la facilidad con la que los hombres y mujeres de la época de mayor formación académica, según se dice, mutan en rinocerontes.

La obra de Ionesco es y será siempre fresca, pues, por desgracia, el ansia de ser libres es más débil que el ansia de ser sumisos.




viernes, 6 de febrero de 2015

Dispersar el Poder



Periodista y escritor uruguayo,  Raúl Zibechi escribió un ensayo titulado Dispersar el Poder. Los movimientos como poderes antiestatales, que, si bien es de 2007 , y analiza unos hechos acaecidos en Bolivia, no dejan de ser actuales y a la vez históricos .

El libro parte de unos sucesos del año 2003, cuando miles de hombres y mujeres aymaras se insurreccionaron contra el Estado boliviano en El Alto, pero no a través de uno o varios partidos, o incluso organizaciones paraestatales, sino a través de instituciones y organizaciones propias, horizontales, dirigidas por los propios vecinos, que, podemos decir ,crearon gobiernos comunales o barriales superando y suplantando los organismos estatales, incluso las mismas Juntas Vecinales. El poder, por tanto, durante unas semanas no se separó de las mismas comunidades barriales, y no hubo dirección centralizada, lo que el autor denomina un fenómeno de dispersión del poder.

Raúl  repasa la historia de los asentamientos aymaras en la ciudad, su progresiva unión, o comunalización, iniciada por las protestas comunes para lograr mejoras en los servicios, para combatir los peligros, como los robos, y que luego se fueron profundizando con la llegada de sectores más instruidos, como los mineros, con sus formas de lucha y otros factores que lograron, sumados a las tradiciones aymaras, el trabajo colectivo y dar forma poco a poco a lo que podemos llamar una contrasociedad, o sociedad paralela a la estatal y capitalista- con sus poderes verticales y representativos-, si bien con épocas de cooptación y atracción por siglas políticas.

En otro aspecto, resulta esencial para comprender el carácter no dirigista de las protestas de 2003 y entender el éxito en la dispersión del poder el hecho de que los aymaras impulsaban la creación de unidades vecinales de menos de mil vecinos, lo que favorecía la solidaridad, el sentimiento comunitario, la democracia directa, las relaciones sociales cara a cara y una propiedad colectiva con usufructo privado.

Por otra parte también la estrategia militar es diferente, y es lo que permitió derrotar  la maquinaria estatal-militar. Esta táctica de guerra comunitaria es la indivisión, que no separa a las partes en funciones, sino que cada parte puede realizar todas las funciones, por lo que el cuerpo indiviso no se desmorona si una es destruída. No había centralización, y cada barrio tomaba sus decisiones, siendo el ejército indio democrático, eligiendo a sus comandantes de manera rotativa, escogiéndolos por mérito, pero no de por vida.

No excluye Zibechi la crítica a los pobladores aymara de El Alto, especialmente en el tema de la justicia, diferenciando entre justicia comunitaria y justicia alteña. La justicia comunitaria tradicional de los aymaras no busca tanto el castigo como la integración del infractor en la comunidad, la superación de los conflictos para mantener la comunidad lo más unida posible, siendo muy extraña la condena a muerte. Pero en la ciudad, ante una justicia estatal ausente y una policía inexistente o coaligada con la delincuencia, prima la violencia y la venganza  o el actuar por su cuenta contra los ladrones por parte de los indígenas, algo a superar.

El libro toca otros temas también interesantes, como el intento de atraer a las poblaciones indígenas con la trampa del Estado multicultural, entre otras .Pero lo más importante del texto es que nos indica el camino a seguir para lograr una nueva sociedad, sociedad que supere el poder del Estado y el capital sobre nuestras vidas.

Y ese camino, que une tradición y novedad, es de la reconstrucción de la comunidad. Allí donde hay comunidades que no se han destruido completamente tras el anzuelo del progreso tecnoburocrático, es decir donde subsiste la solidaridad, el apoyo mutuo, el trabajo comunitario, la familia extensa, el sentimiento vecinal…como algunos pueblos indígenas, hay posibilidades de construir algo nuevo, ejemplo de ello son, a parte de estos indígenas bolivianos, las Juntas de Buen Gobierno de los zapatistas en Méjico o los comuneros de Cherán en el mismo país frente a la otra tendencia, la del populismo latinoamericano de los chavistas, krichneristas, seguidores de Morales o de Correa, todos ellos impulsores de las fuerzas capitalistas y estatales en sus países, con peor o mejor fortuna.

Más difícil lo tenemos en nuestras sociedades occidentales. Convertidos en muchedumbre, populacho o enjambre digitalizado, corriendo tras novedades, sin más objetivos que los monetarios y materiales, pidiendo que nuevos poderes verticales, partidos o Líderes nos salven, destruidos o casi destruidos los restos de nuestra antigua estructura comunal, como el Concejo abierto en la Península o las Ciudades libres en otros lugares, la situación es desesperada.


El 15M fue un resurgir de algo parecido a eso, pero se eclipsó muy velozmente ante la inexistencia de una tradición comunitaria o autogestionaria actual en nuestro país. No obstante, quienes aún crean en un cambio revolucionario verdadero, deben centrar sus esfuerzos en la creación de comunidades basadas en individuos conscientes, con fuertes lazos entre ellos y dispersando el poder. Lo demás es seguir con lo mismo remozado y ya sin poder repartir apenas migajas o subsidios entre la población ante la crisis múltiple que nos azota.