viernes, 6 de febrero de 2015

Dispersar el Poder



Periodista y escritor uruguayo,  Raúl Zibechi escribió un ensayo titulado Dispersar el Poder. Los movimientos como poderes antiestatales, que, si bien es de 2007 , y analiza unos hechos acaecidos en Bolivia, no dejan de ser actuales y a la vez históricos .

El libro parte de unos sucesos del año 2003, cuando miles de hombres y mujeres aymaras se insurreccionaron contra el Estado boliviano en El Alto, pero no a través de uno o varios partidos, o incluso organizaciones paraestatales, sino a través de instituciones y organizaciones propias, horizontales, dirigidas por los propios vecinos, que, podemos decir ,crearon gobiernos comunales o barriales superando y suplantando los organismos estatales, incluso las mismas Juntas Vecinales. El poder, por tanto, durante unas semanas no se separó de las mismas comunidades barriales, y no hubo dirección centralizada, lo que el autor denomina un fenómeno de dispersión del poder.

Raúl  repasa la historia de los asentamientos aymaras en la ciudad, su progresiva unión, o comunalización, iniciada por las protestas comunes para lograr mejoras en los servicios, para combatir los peligros, como los robos, y que luego se fueron profundizando con la llegada de sectores más instruidos, como los mineros, con sus formas de lucha y otros factores que lograron, sumados a las tradiciones aymaras, el trabajo colectivo y dar forma poco a poco a lo que podemos llamar una contrasociedad, o sociedad paralela a la estatal y capitalista- con sus poderes verticales y representativos-, si bien con épocas de cooptación y atracción por siglas políticas.

En otro aspecto, resulta esencial para comprender el carácter no dirigista de las protestas de 2003 y entender el éxito en la dispersión del poder el hecho de que los aymaras impulsaban la creación de unidades vecinales de menos de mil vecinos, lo que favorecía la solidaridad, el sentimiento comunitario, la democracia directa, las relaciones sociales cara a cara y una propiedad colectiva con usufructo privado.

Por otra parte también la estrategia militar es diferente, y es lo que permitió derrotar  la maquinaria estatal-militar. Esta táctica de guerra comunitaria es la indivisión, que no separa a las partes en funciones, sino que cada parte puede realizar todas las funciones, por lo que el cuerpo indiviso no se desmorona si una es destruída. No había centralización, y cada barrio tomaba sus decisiones, siendo el ejército indio democrático, eligiendo a sus comandantes de manera rotativa, escogiéndolos por mérito, pero no de por vida.

No excluye Zibechi la crítica a los pobladores aymara de El Alto, especialmente en el tema de la justicia, diferenciando entre justicia comunitaria y justicia alteña. La justicia comunitaria tradicional de los aymaras no busca tanto el castigo como la integración del infractor en la comunidad, la superación de los conflictos para mantener la comunidad lo más unida posible, siendo muy extraña la condena a muerte. Pero en la ciudad, ante una justicia estatal ausente y una policía inexistente o coaligada con la delincuencia, prima la violencia y la venganza  o el actuar por su cuenta contra los ladrones por parte de los indígenas, algo a superar.

El libro toca otros temas también interesantes, como el intento de atraer a las poblaciones indígenas con la trampa del Estado multicultural, entre otras .Pero lo más importante del texto es que nos indica el camino a seguir para lograr una nueva sociedad, sociedad que supere el poder del Estado y el capital sobre nuestras vidas.

Y ese camino, que une tradición y novedad, es de la reconstrucción de la comunidad. Allí donde hay comunidades que no se han destruido completamente tras el anzuelo del progreso tecnoburocrático, es decir donde subsiste la solidaridad, el apoyo mutuo, el trabajo comunitario, la familia extensa, el sentimiento vecinal…como algunos pueblos indígenas, hay posibilidades de construir algo nuevo, ejemplo de ello son, a parte de estos indígenas bolivianos, las Juntas de Buen Gobierno de los zapatistas en Méjico o los comuneros de Cherán en el mismo país frente a la otra tendencia, la del populismo latinoamericano de los chavistas, krichneristas, seguidores de Morales o de Correa, todos ellos impulsores de las fuerzas capitalistas y estatales en sus países, con peor o mejor fortuna.

Más difícil lo tenemos en nuestras sociedades occidentales. Convertidos en muchedumbre, populacho o enjambre digitalizado, corriendo tras novedades, sin más objetivos que los monetarios y materiales, pidiendo que nuevos poderes verticales, partidos o Líderes nos salven, destruidos o casi destruidos los restos de nuestra antigua estructura comunal, como el Concejo abierto en la Península o las Ciudades libres en otros lugares, la situación es desesperada.


El 15M fue un resurgir de algo parecido a eso, pero se eclipsó muy velozmente ante la inexistencia de una tradición comunitaria o autogestionaria actual en nuestro país. No obstante, quienes aún crean en un cambio revolucionario verdadero, deben centrar sus esfuerzos en la creación de comunidades basadas en individuos conscientes, con fuertes lazos entre ellos y dispersando el poder. Lo demás es seguir con lo mismo remozado y ya sin poder repartir apenas migajas o subsidios entre la población ante la crisis múltiple que nos azota.


2 comentarios:

  1. Acabo de añadir el caso de los aymaras a mi post "¿Es posible la anarquía?", y estoy pendente de añadir el de los zapatistas. Gracias por sacar a la luz ambos ejemplos (el de Cherán, por cierto, ya lo añadí gracias a otro post tuyo, je...).

    Un abrazo y a seguir bien!

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