domingo, 31 de mayo de 2015

Elogio del vacío y el no ser : el triunfo de la derrota humana



Escribía ayer mi admirado Pedro G. Cuartango uno de sus profundos y bellos textos en El Mundo,  mitad filosófico y mitad poético, donde exponía el horror al vacío , cómo llenamos nuestra existencia de actividades, de acumulación de objetos, cómo buscamos el éxito material, el triunfo, el aplauso de los otros que ,como nosotros, están condenados a esta existencia pasajera.



Todo para huir del horror que nos produce la muerte, del paso del tiempo que nos va acercando inexorablemente a nuestro destino final, el que nos une al resto de los seres vivos, pese a nuestra creencia en nuestra superioridad. La descomposición, el ser devorados por los gusanos, o bien el ser pasto de las llamas o, como quien esto escribe, ser abierto en canal y diseccionado por los estudiantes de medicina.

Pero hay una manera distinta de huir del horror al vacío, del fin, de la parca. Y es apoyándose en diversas lecturas, como las de la escuela estoica, especialmente la de Marco Aurelio o Epicteto, en sus frases  y expresiones de realismo demoledor, crudo y a veces doloroso, el reconocimiento de que nuestra vida- ese andar por una cuesta rodeada de alambres de espino, muros y vigilantes, con suelo pedregoso e irregular, salpicado de vez en cuando  por la fragancia de algunas bellas flores, por reos de miradas compasivas, de conversaciones agradables que se unen en nuestro breve caminar, a veces por escasísimo tiempo, a veces por años, con quienes de vez en cuando nos sentamos, abrazamos, o damos palabras de aliento mientras miramos con envidia, allá en las alturas ,el vuelo libre de los pájaros- no es una maravilla.



Es, en realidad, una condena a la obscuridad, cortada por intervalos de cielo luminoso, breves preludios de tormenta, helor y frío en los huesos, cansancio del alma.

¿Es esta una visión pesimista y desesperanzada de la existencia?. En absoluto, es la profunda comprensión de que esa carne que nos envuelve y cuidamos esconde un esqueleto , igual para ricos y pobres, bellos y feos, esencia última y realidad desnuda. Que esos objetos, ese dinero que anhelamos no tiene más valor que el que los destructivos humanos, pues en realidad no somos sino una manada de seres destructores corroídos por el materialismo, le hemos dado.

Que esos billetes  no resisten la acción de unas tijeras, que si los rompemos en pedazos el viento se los lleva de un lado a otro, confundidos con la multitud de plásticos y papeles de todo tipo que inundan nuestra existencia, como envoltorios de chupa chus y golosinas infantiles.

Que, si lo pensamos en profundidad, dar gran importancia a lo que no dura ni un parpadeo si lo comparamos con el tiempo del cosmos-nuestra vida- y sumar a ese intervalo que no llega ni a microscópico la búsqueda de la gloria, del éxito, no es si no otra muestra de un engreimiento sin base, un salto mortal  cuyo fin es la caída al precipicio  de la Nada.

¿Dónde nos llevaremos nuestros magros éxitos y monedas comparados con la hidra trepadora que se expande poco a poco de los pies a la cabeza envolviéndonos de dolor y sufrimiento?.

¿Quién o quiénes nos recordarán pasados unos años cuando a su vez desaparezcan quienes nos conocieron, últimos recipientes que llevan en su interior algunos jirones marchitos y en blanco y negro de nuestra existencia?.

¿Dónde quedará nuestras ansias de poseer, de empujar violentándolo y manchándolo de saliva  un cuerpo masculino o femenino por alcanzar unos segundos de placentera convulsión, aun más efímero y menos placentero que beber un vaso de agua con sed?.

¿Y dónde la lucha de compararse con otros, de querer ser superiores y mejores que ellos o ellas, de alcanzar poder o fama?.

Nada de eso quedará en las cenizas de nuestras tumbas, o en las que viertan nuestros seres queridos, en ríos, mares, campos, valles o montañas.

Pero nada de lo dicho es malo o terrible, al revés. De la comprensión de que no somos mucho más que las moscas efimeras, que el mosquito que vuela en un crepúsculo asfixiante del mes de julio antes de que el vuelo de un vencejo o una golondrina lo devore, sacaremos la conclusión de centrarnos en lo importante.

Una amistad, una sonrisa, una persona querida, tumbarse en la hierba con los pies descalzos en mitad del campo escuchando la Naturaleza, rodeados de árboles, azuzando el oído para escuchar el canto de algún pájaro, el rumor de un riachuelo cercano.

Entonces, sólo entonces, la visión de nuestra muerte no se verá como una derrota, sino como un triunfo, el triunfo del reingreso al cosmos, del no ser, el triunfo de la desaparición de los deseos hirientes, del sufrimiento, del dolor.


E, incluso, sería posible que con esa visión los muros, vigilantes y alambres de espino que nos acompañan de la infancia a la vejez se derrumben dejando por fin paso a un bello paisaje, el paisaje de la libertad.


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