domingo, 26 de julio de 2015

Reflexiones sobre el clima prebélico y su posible salida


Tras la caída del Muro de Berlín pareció abrirse en el Mundo la posibilidad de un nuevo entendimiento, de una era de mayor paz y desarme. La guerra fría y el equilibrio del terror parecían haber quedado en el desván de los malos recuerdos, como algo ya superado.

Pero veinticinco años después, hemos vuelto al punto de partida, con las principales potencias enfrentadas y nuevos actores que difunden la guerra y el terror.

¿Por qué esta regresión, era o no inevitable, que nos ha hecho volver al punto de origen?. En realidad, si no queremos quedarnos en la superficie ,deberíamos intentar acercarnos a las causas profundas del clima prebélico en el que está instalado el mundo actual, como el de hace unas décadas y esbozar algunas posibles salidas a la preocupante y agobiante situación.

En cuanto al porqué, pensamos que un mundo o civilización basado en los valores de la competencia, del dominio, del lucro, del crecimiento ilimitado en lo económico y lo tecnológico separado de la centralidad que debería tener el bien común en el llamado progreso, es un mundo condenado a la guerra y al enfrentamiento.

El sistema socioeconómico y político es el gran veneno que desgarra a la humanidad, junto con los “valores” que éste arrastra, y mientras tal Orden permanezca viviremos al borde del precipicio, a un paso de precipitarnos en una nueva Guerra Mundial.

Los peligros acechan en diferentes partes del mundo, especialmente en Oriente Próximo, donde se combate sin cesar, unos contra otros, países islámicos entre ellos, algunos contra Israel y finalmente guerras civiles como Siria y Libia junto con la extensión del Estado Islámico, que ya se encuentra a las puertas de Europa. Incluso muy recientemente un nuevo país se ha sumado a la nueva guerra mundial fragmentada, por usar el lenguaje del Papa Francisco, Turquía.

Junto a esta zona- la más amenazante aparentemente-, está el Pacífico, donde se libra una sorda batalla entre la vieja potencia hegemónica, Estados Unidos, y la nueva, China, con las dos Coreas como polvorín siempre al borde de estallar.

Y, finalmente, una novedad respecto a la antigua guerra fría estaría el conflicto, de momento de baja intensidad,entre Rusia y Ucrania. Novedad porque supone un conflicto armado entre las superpotencias en suelo europeo.

Decimos esto porque se sigue pensando que como la anterior , la nueva guerra fría constará de guerras en los llamados países periféricos, que Europa no se verá afectada, a lo sumo indirectamente, por las incursiones de la OTAN o los atentados islamistas. Pero la guerra de Ucrania muestra la ficción del tal idea: la guerra ha llegado a la Europa del Este.

Aquí entramos en el tema más preocupante de todos, y es la pasividad absoluta con la que vivimos el nueva clima prebélico. Anestesiados, nos hemos acostumbrado a ver como algo natural y normal los enfrentamientos bélicos y amenazas de unos a otros.

Es como si pensáramos que una olla a punto de estallar es lo habitual, que nunca va a pasar nada, que el lobo nunca llegará, que el miedo colectivo hará que nunca suceda nada realmente grave, y que, de manera milagrosa, alguna vez volverá la paz.

No se ven, por ningún lado, movimientos populares y mundiales contra la guerra, contra las potencias, contra la nueva división en bloques y los fundamentalistas. Y esto nos parece sumamente preocupante: nos hemos convertido en una humanidad dormida, que camina a ciegas, que no quiere ver ni oír, que vive con una venda absolutamente despreocupada.

Los hombres y mujeres nos hemos convertido en ganado, en siervos llevados al abismo por sus amos mientras nos creemos libres, superiores a las gentes de otras épocas, cegados por una tecnología que pensamos salvadora.

En la raíz del clima prebélico se encontrarían, para nosotros, dos grandes monstruos devoradores de almas y cuerpos: el capitalismo-como antaño el comunismo, ahora reducido a su mínima expresión- y el Estado-nación, cuya razón de ser es conquistar y oprimir a la población interior y extenderse exteriormente.

Ambos “organismos” fomentan la división, el enfrentamiento y la ruptura entre las gentes hasta el extremo, desde el nivel mundial, hasta el familiar, corroyendo con sus venenos a la humanidad, al inocularle una serie de principios y guías que, como hemos mencionado, nos llevan a la ruina: el materialismo, el ansia de riqueza y poder, la mercantilización o monetarización de todo, desde el agua y la tierra a los seres humanos…

Otros mecanismos de división creados por uno y otro serían históricamente la fractura en clases sociales y en tiempos reciente el choque de partidos políticos, una ingeniosa arma para tener a la sociedad distraída y enfrentada entre facciones aparentemente irreconciliables, pero que en realidad se dividen el poder entre ellos, mientras el ingenuo pueblo se cree que los suyos son el bien y los otros son el mal, situación que aprovechan los partidos para esquilmarle indefinidamente y de la misma manera hacerle recaer en la ingenuidad de que alguna vez aparecerá el Partido salvador-quimera irreal-.

Por tanto ya a nivel internacional como nacional, la guerra de unos contra otros es la esencia del capitalismo y los Estados-nación, y su superación sólo podría lograrse superando ambas formas de organización y desarrollando nuevos valores.

Cómo lograrlo es un tema muy complejo. En primer lugar habría que recuperar algo que las sociedades actuales han perdido, y es la imaginación para desarrollar un nuevo pensamiento emancipador. Sin éste todo estará perdido, y para demostrar esto sólo hay que ver la loca carrera de muchos de nuestros compatriotas por abrazar nuevos partidos, nuevos mesías, vendedores de humo, creyendo que con ellos se volverá a la sociedad de consumo y despilfarro, a los felices años de la burbuja inmobiliaria, soñando que todo se logrará con impuestos a los más ricos. Vulgar sueño que pasará sin pena ni gloria.

Ese nuevo pensamiento tendrá que operar en un doble terreno: en un esquema político y económico mundial de superación del capitalismo y el Estado-nación y en el plano de impulsar una moral elevada que rehumanice nuestras sociedades.

Habrá que pensar en un equilibrio, difícil, entre lo local y lo internacional: partimos de lo cercano, pero hemos de llegar a lo mundial, pues la magnitud de los problemas así lo exigen. Rechazamos la uniformidad y la globalización capitalista, pero también el nacionalismo y el localismo exacerbado, que nos devolvería al punto de partida.

Frente al fundamentalismo religioso y un laicismo  vacío que no da sentido a la existencia-y que creemos es una de las causas de que numerosos jóvenes árabes se suman al radicalismo islámico- toca construir o reconstruir nuevas o viejas filosofías morales a los no creyentes, y a los creyentes pensar en otra idea de Dios y la espiritualidad que les aleje del fanatismo, para encontrar un camino de acción conjunta.

Tocará unir lo positivo del pasado y del presente, para lograr una síntesis lo mejor posible de una nueva sociedad. Para nosotros esto supone pensar una democracia sin partidos y una economía no asalariada como metas claves.

Pensamos fundamental impulsar una nueva visión universalista, que desde el respeto a la diversidad de lenguas y cultura comprenda que la humanidad es una familia, cada miembro con sus características personales pero todos unidos en lo esencial. Una clase única mundial y una lengua universal-que no excluye las que existen, y que no debe ser la de ningún imperio o potencia- es para nosotros otro camino por el que avanzar.

Y es que, aunque suene romántico, la raíz original del ser humano está en el cosmos, somos seres cósmicos, entrelazados con todo el Universo y por tanto con las cientos de miles o millones de civilizaciones que con casi toda seguridad existen en la infinitud del espacio-más o menos avanzadas-.

De la comprensión paulatina de esto último vendrá un mayor entendimiento entre todos, el equilibrio o la armonía entre la diferencia y la unidad, la parte y el todo.

Sólo entonces podremos alejarnos lentamente del peligro inminente de una catástrofe mundial.

Nosotros no lo veremos, pero esperamos y tenemos fe en que los hoy niños y niñas y la futura generación por venir podrá sacudirse nuestra mentalidad destructiva que a nada ni nadie respeta y para la cual todo es –incluyendo personas-objetos de usar y tirar.

Es la última esperanza.




domingo, 12 de julio de 2015

Intemperie

Intemperie, novela de Jesús Carrasco, nos sumerge en un país o región sin nombre ni fecha histórica, devastado por la sequía, de campos yermos y desolados, con escasísima presencia humana y donde la violencia se ha hecho dueña de la vida de los escasos náufragos que sobreviven como zombies apegados a sus pueblos ruinosos y carcomidos por la desolación y el abandono ruinoso.

Un niño, del que no sabremos nunca el nombre ni los motivos claros, aunque se intuyen al final de la obra, huye de su poblado, escapando de la brutalidad del alguacil y su padre, internándose por las llanuras infinitas, abrasadas y despojadas de casi toda vida vegetal por un sol inclemente.

En su huida se encuentra con un cabrero, hombre enigmático, de apariencia y trato seco, del que también desconoceremos su nombre de pila. Con él recorrerá un camino donde se mezclan los sobresaltos y el miedo a sus persecutores, con el aprendizaje de un nuevo oficio y sobre todo de la vida. El chico tendrá que optar por mimetizarse con el entorno, y dejar la moral y el bien a un lado o, espoleado sutilmente por el cabrero, luchar por mantener la humanidad, los valores, la ética.

Bella y dura a un tiempo, espiritual y poética, como expresa uno de sus críticos el libro nos ha resultado una mezcla de la fuerza narrativa y acercamiento psicológico a personajes en situaciones difíciles de Miguel Delibes, especialista en el retrato de la vida campesina española y la crudeza postapocalítica de Cormac McCarthy en su novela llevada al cine La carretera.

Lo bueno es que cada lector puede situarla en el tiempo que quiera, unos en el pasado, y otros, como nosotros, en un tiempo valga la redundancia sin tiempo. Una situación atemporal, que la crisis económica y ecológica, con la destrucción de los recursos naturales, el cambio climático y el agotamiento del agua hace que lo descrito, si no se pone solución, se convierta en un futuro previsible.

El único pero que puede ponérsele a Intemperie es el exceso de vocabulario técnico relacionado con la vida trashumante y el pastoreo, por desgracia lejano a los urbanitas .Pero su fuerza literaria y su acercamiento a la vida y la muerte, a los valores, a la lucha entre el humanismo y la deshumanización, siempre temas de actualidad, hacen que sea un libro que recomendemos a quienes gusten de la lectura.