miércoles, 6 de enero de 2016

Los hermanos Karamázov

En el Teatro Valle Inclán hemos asistido a una magnífica representación de una de las obras más importantes de Dovstoievski, Los hermanos Karamázov.

Durante tres horas se despliegan ante el espectador las vivencias de una familia en la que se juntan todas las pasiones, deseos, maldades y alguna bondad. Un padre, magistralmente interpretado por Juan Echanove, hombre que ha logrado ascender en la escala social que martiriza a sus hijos y a cuantos le rodean, dominado por la violencia verbal y la lujuria; un hijo militar, parecido a él pero del que vamos descubriendo algunos rasgos positivos, pues, al fin y al cabo ninguno somos lo que parecemos, el bien esconde obscuridad en sus recovecos y, a veces, el mal oculta destellos de luz, destellos que el libre albedrío de la persona puede apagar para siempre o encender.



Como prototipos de la época aparecen el resto de hijos, de hermanos: el filósofo racionalista y ateo, espejo de los famosos nihilistas de la época, que enarbola la frase: "Si Dios no existe, todo está permitido"enamorado de la prometida de su hermano militar, que a su vez ama a la joven, deslenguada y manipuladora prometida de su padre, mujer que al final tampoco es quien parece ser. 

El joven monje, de espiritualidad elevada, amigo del perdón y la concordia, reflejo de lo más positivo del ser humano. Y, finalmente, el hijo bastardo, el criado para el padre y saco en el que descargar toda su ira, epiléptico y en apariencia deficiente mental, pero que finalmente resulta ser un hombre lúcido, deseoso del amor , la comprensión y la liberación del infierno en que vive.

En esta obra el autor refleja mucho de su interior tormentoso, pero también del de Rusia. Una sociedad sometida a autoridades crueles y despóticas, de religiosidad y virtud aparente, pero que escondía seres desdichados, caídos en todo tipo de vicios , alcohol, ludopatía -como Dovstoievski-, agresividad, violencia doméstica, hijos no legítimos...

Los Hermanos Karamázov es una obra muy dura, de personajes excesivos, de diálogos profundos y a la vez crudos, de odios y desprecios que ya no se ocultan tras los cerrojos de los cuartos y las mentes, sino que vuelan de boca en boca, de gestos en gestos, de puños en puños.

Las sombras del ser humano golpean a los espectadores una y otra vez, sin apenas descanso, sin apenas grietas en el tabique que dejen entrar algo de luz solar.

Solo al final, cuando parece todo perdido, cuando lo peor, lo más monstruoso, parece tomar forma definitiva y absorber totalmente a la desdichada familia es cuando, sin embargo, emerge una pequeña luz de esperanza y de redención, cuando en esas inhumanas sombras gigantescas se inicia la metamorfosis o, mejor dicho, el regreso a lo que alguna vez fueron de niños. Seres para los que el futuro era un campo luminoso y esperanzador.


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