lunes, 27 de junio de 2016

A vueltas con el Brexit, la fascistización y la decadencia de la izquierda

Mucho se ha hablado y discutido sobre el Brexit, y se seguirá haciendo durante largo tiempo. 

Supone, no sé si la muerte, pero si una herida y una advertencia seria sobre la Unión Europea.

No vamos a hablar mucho sobre si somos partidarios de la UE o no lo somos. Haciendo honor al nombre del blog pensamos en solitario, y soy partidario de una federación europea y un estrechamiento de lazos, pero desde una perspectiva, si se quiere, proudhoniana, socialista libertaria o de democracia de base.

 Poco que ver con lo que existe, pero también soy contrario como he escrito alguna vez a los entusiastas del Estado nación,de la soberanía nacional,  o sea a los antieuropeístas, a los nacionalistas, que creen que sus gobernantes  territoriales van a ser más majos, tolerantes y democráticos. Un paso atrás no adelante.

En fin, ingenuidades estas últimas que la maestra historia se ha encargado de burlar muchas veces, de forma sangrienta, pero, ya sabemos, el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. 

Servidor no es excepción, por supuesto,en otros muchos aspectos.

Pero lo que quería expresar es cómo, si analizamos el Brexit, más allá de que lo consideremos acertado o desacertado, encontramos el éxito de un discurso que une las críticas de la izquierda y la derecha, el rechazo de la inmigración junto a la crítica de la burocracia y las oligarquías europeas y nacionales que las sirve.

Es el discurso del ultranacionalista Farage, del UKIP. Es decir que nos encontramos con el desarrollo de una ultraderecha que, como el viejo fascismo italiano o alemán utiliza un discurso social y crítico-los viejos fascistas bramaban contra la plutocracia o el poder del dinero- intercambiable con un segmento nada desdeñable de la izquierda.

La izquierda nacionalista, la que habla de la Europa de los Pueblos, lema o discurso que curiosamente también lanza la ultraderecha, como la francesa de Marie Le Pen.

¿Quién parece estar aglutinando a los descontento con la crisis del capitalismo en muchos países, especialmente a sectores obreros?. Pues la extrema derecha, y más puede hacerlo tras la fuerte desilusión creada por la izquierda de Syriza. Pues si la llamada izquierda radical hace lo que le dice la Unión Europea, ¿por qué no, pensarán muchos, probar con la derecha nacionalista con discurso social?.

De hecho actitudes enérgicas como la del líder de esa opción en Inglaterra o en Francia, pueden resultar más creíbles y atraer en mayor medida a los descontentos con Europa.



Escuchaba por la televisión el otro día a un comentarista precisamente explicando esto: cómo votantes tradicionales de opciones de izquierdas eran absorbidos por los partidos ultraderechistas.

Podemos hablar, por tanto, de una fascistización creciente, a ambos lados del espectro ideológico, pero que está debilitando progresivamente a la izquierda, pues la gente normalmente prefiere al original que a la copia. Y una izquierda que se fascistice, para afrontar la huida de sus miembros a otras siglas, poco conseguiría.

Todo lo contrario, elevaría una serie de valores contrarios a su pasado, a su historia. Y acabaría siendo indistinguible de la derecha aislacionista y xenófoba. Porque se quiere o no, aislacionismo y antirracismo, no son compatibles. 

De hecho apostaría a que con el correr del tiempo acabarían en el entorno de Marie Le Pen,o Farage, haciendo piña con ellos.

Junto a la fascistización, la decadencia de la izquierda es otra señal de estos tiempos. Decadencia de la que no culpamos en exclusiva a sus organizaciones, sino a sus seguidores .

Al igual que Farage vendiendo un falso ahorro para bien de los servicios públicos ingleses si se salía de la Unión, lo cual logró muchos apoyos a su causa, numerosos votantes de izquierda quieren creer a quienes les prometan llenarse los bolsillos, en este caso de impuestos a los más ricos. Otro engaño burdo.

Esta situación nos llevaría más lejos, a estudiar cómo hemos colapsado como individuos y sociedad, en mitad de la información y conocimientos que se nos atribuyen.

Pero no es el tema. El tema es que si no somos capaces, y no lo parece, de hacer nacer una propuesta de sociedad libre, contra los poderes que nos oprimen, universalista, que aprenda de la historia, que no se convierta en esos vendedores de mercadillo de fragmentos en que se ha convertido la izquierda que subsiste:aquí un poco de políticas de igualdad, aquí otro poco de crítica del heteropatriarcado, aquí medio kilo de defensa de minorías, allá dos kilos de relativismo moral, más allá diez de corrección política... en vez de lanzar un proyecto con un Todo, como antaño-emancipación de los trabajadores por los trabajadores mismos, lo que no excluye apreciar otros temas-, nos espera un nuevo totalitarismo.

Totalitarismo que abrazarán amplios sectores sin distinción de ideologías originales. Por cansancio y hartura ante la falta de respuesta a sus problemas, como el paro, la pobreza y la precariedad.


lunes, 20 de junio de 2016

Corazón Gigante

Notable película islandesa que, pese a tocar un tema ya visto en otros filmes, el de los problemas de una persona con el mundo por sus defectos físicos, destaca por sus planos, sus gestos, sus silencios, sus paisajes, por mostrar la gelidez del entorno de Islandia, sus nevadas, sus ventiscas.

Fúsi es un cuarentón de gran tamaño, obeso mórbido. Vive con su madre aislado de casi todo lo que le rodea, incapaz de relacionarse positivamente con las personas, especialmente con las mujeres, hacia las que siente un profundo pavor, no habiendo salido nunca con ninguna.

Sufre las burlas de los compañeros de trabajo, que acepta de manera estoica .Porque pese a su apariencia de masa insensible, que ni siente ni padece y cuyo única diversión son los juegos con maquetas de batallas de la segunda guerra mundial, esconde un enorme corazón.

Dos personas, sin embargo, se cruzan en su vida, logrando romper poco a poco el caparazón con el que se cubre ante los demás. Una niña de ocho años, símbolo de esos seres y esa etapa de la vida en que el cáncer de los prejuicios todavía no ha explotado, adueñándose de las mentes de los individuos, de la sociedad; una niña solitaria, dejada de lado por los problemas de su padre, y una mujer a la que conoce en un baile, al que acude gracias a la invitación de la pareja de su madre, personaje secundario, pero muy importante sin embargo en su vida.



La rutina monótona y grisacea de su vida, como la del clima de Islandia, brillantemente reflejada en los viernes de cena solitaria en un chino y de petición de música desde la soledad de su furgoneta, empieza a resquebrajarse poco a poco, muy lentamente, al igual que sus  miedos e inseguridades .

Lo mejor de la película es que no nos engaña con un final perfecto y feliz, esos finales dulzones y empalagosos hechos para olvidar el fracaso de nuestras vidas. Como en el mundo real, los colores que tiñen la vida no son eternamente rosas o negros.Reinan, en general, las tonalidades intermedias.

Pero lo interesante es cómo podemos dar algún brochazo blanquecino a un decorado obscuro como la noche islandesa .Cómo, sin triunfar, irnos sin embargo deshaciendo de la pesada carga de los traumas, conflictos y complejos que nos acosan y cercan desde la infancia por los más diversos motivos, y que, en realidad, son fantasmas de nuestras mentes, mucho menos poderosos de lo que creemos, aunque sus gemidos de ultratumba nos asusten y sobresalten.

Como sucede en estas películas, quienes más nos identifiquemos con la personalidad melancólica, tímida hasta lo enfermizo  y derrotista del protagonista, más disfrutaremos del film, especialmente por ese rayo de esperanza, imperfecto, que brilla al final.