martes, 19 de julio de 2016

Democracia participativa, caudillista y reafirmativa

Entre los grandes inventos modernos, al estilo del fuego y la rueda, está la famosa democracia participativa.

Es una petición frecuente en los llamados sectores o medios alternativos, críticos y descontentos con la vieja política. Se condena, cual obispos con colores naranjas, morados o arcoiris, a los viejos partidos, a los carcamales, a los anticuados; algunos, más atrevidos, al llamado Régimen del 78, al que identifican con una especie de Satán con cuernos y rabos, al que culpan de todos los males habidos y por haber-aunque éstos ya no tienen predicamento entre las nuevas opciones ya integradas-.

Y es que uno, viejo y pecador ácrata, desconfía mucho de esa nueva peña que toda su vida votó a los partidos de ese régimen malvado-PSOE y/o Izquierda Unida-, aunque ahora se las den de vírgenes radicales;y no acaba de entender por qué no hablan en general del capitalismo y la estructura estatal, que gobierne quien gobierne son los que controla el cotarro y hacen y deshacen.

Viene esto a cuento porque en tiempo récord, y tras ser aupados por los medios de incomunicación de masas, lo cuál es una jugada más clara que el agua-aunque nuestros nuevos rebeldes más parezcan Heidi en cegata que otra cosa- han constituidos partidos verticales, donde quienes disienten de la línea de sus telegénicos y atractivos líderes son apartados de diversas maneras para constituir equipos afines a sus bienamados dirigentes.


Destacan por tanto estos defensores de la regeneración, la participación o el cambio por tanto por su fariseísmo. Lo que venden, no lo cumplen.



Tanto es así que consciente o inconscientemente, ha desaparecido de su discurso palabras como la de casta, o la de emergencia social, con las que tanto éxito tuvieron.

Su retórica cambia como los árboles según las estaciones: ora centroizquierda, ora alianza con la ultraderecha europea, como Ciudadanos, para después pasar a ser muletilla cuando se decidió a impulsarle en las teles; ora comunista, después transversal, posteriormente socialdemócrata línea Zapatero sin faltar incluso alguna declaración de simpatía hacia el peronismo o el lepenismo, caso de Podemos.



No digo que eso sea pecaminoso, no señores, sino que lo de la transparencia que decían, pues como que tampoco. Cosas de la disidencia controlada y teledirigida.



El problema grave está, sin embargo, no es los buscadores de poder y dinero, o sea en la nueva clase dirigente; sino en sus seguidores, a los que parece no afectarles en demasía que se burlen de ellos, cuando no hace mucho calificaban de pitufos gruñones y fracasados a Izquierda Unida, para luego aliarse y todos tan contentos con la Confluencia.

Acabando, y para no soltar más rollo. No se trata de hablar de democracia participativa, que al final acaba siendo una democracia caudillista y reafirmativa...del Líder. Donde el esforzado votante y militante puede decidir, a lo sumo, el color con el que pintar un techo.

Si no de luchar por la gestión. Que la sociedad civil y la clase trabajadora tome las riendas de su destino, en barrios y tajos.

¡Quimera, utopía!, gritará el regenerador, el neoizquierdista. Pero, que quieren que les diga, prefiero esa Utopía, al pragmatismo del demócrata participativo que, en realidad, no es más que una mula que se inclina para que se suban a su chepa los líderes telegénicos de turno.

Lo que daría pie a una profunda reflexión sobre la actualidad intemporal de La Boetie, y su bello libro Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Nada ha cambiado, señores y señoras, desde que se escribió hace varios siglos.

Pero eso, es otra historia.


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