domingo, 20 de noviembre de 2016

Yo, Daniel Blake

Ken Loach vuelve a la carga con un drama social donde refleja los sufrimientos y penalidades sufridos por padres y madres trabajadoras que por diversas circunstancias se enfrentan a la rotura de sus vidas, a la posibilidad de quedar a la intemperie en esta sociedad atomizada y donde el hombre es un lobo para el hombre, consecuencia de esa destrucción paulatina de los lazos comunitarios.

Un carpintero, tras sufrir un infarto, se encuentra con una maraña burocrática, estilo kafkiano, que le impide acceder a un subsidio por incapacidad. Mientras su médico le impide trabajar, los Servicios de Empleo le obligan a buscar trabajo.

Por su camino se encuentra a una madre soltera con dos hijos, en una desesperada situación. Ambos se ayudan mutuamente, como no podía ser menos en una película de Loach, que siempre resalta los valores solidarios de la clase obrera.



Lo mejor del film es el perfecto retrato de esos barrios obreros, obscuros, con población marginada, que sobrevive como puede, mucha veces en los márgenes de la legalidad; la mezcla de dureza, mal humor, ternura y apoyo mutuo que se da entre la clase trabajadora.

Las escenas de desesperación, de hambre, de verse en la necesidad de acudir a comedores sociales, el drama y la sensación de derrota y humillación que eso supone, llegan al corazón como una pedrada.

Lo peor de la película quizá sea lo previsible, la intuición de que sabemos el final.

Con todo, junto con Una tarde para la ira, una estupenda película española, es el mejor film que hemos visto en las últimas semanas.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Los cristianismos derrotados

He tenido el gusto de poder leer el magnífico libro del especialista en cristianismo primitivo, Antonio Piñero, con el sugerente título de Los cristianismos derrotados. ¿Cuál fue el pensamiento de los primeros cristianos heréticos y heterodoxos?.

La obra nos lleva desde el origen del cristianismo y su incipiente división en tres sectores: el más judío, el judeocristiano y el de los antiguos paganos; división inicial que se saldó con el triunfo definitivo de los paulinos, es decir de un cristianismo separado del judaísmo.

Pero la creación lenta de una Iglesia Mayoritaria que acabó seleccionando una serie de textos como los auténticos, no supuso la desaparición de otras visiones, que fueron muy numerosas y que el autor menciona.



La más famosa la gnóstica, pero sin olvidar  la persistente maniquea, que aparecía y desaparecía, hasta otras como el arrianismo, los monofisitas, el docetismo, los nestorianos, el donatismo hasta llegar a la edad media con los bogomilos y los más conocidos por su trágico final, los cátaros.

Don Antonio nos expone sus diferencias, a veces mínimas, otras de mayor envergadura, sus debates teológicos sobre la naturaleza de Jesús, de la Trinidad, el papel de la mujer, el ascetismo, el rechazo o no al matrimonio y a las relaciones sexuales, el Universo material como creación de Dios según la visión de la Iglesia oficial, o del Mal, según algunos otros, la pobreza...

Su finalidad es demostrar que nunca ha podido hablarse de cristianismo, en singular, sino cristianismos en plural y explicar las creencias de los grupos heterodoxos que se enfrentaron a la corriente mayoritaria.

Un libro muy interesante que nos permite acercarnos a la realidad de una religión con múltiples visiones que, para bien o para mal, es inseparable de nuestra historia, de nuestra cultura y creencias.


viernes, 4 de noviembre de 2016

Sed de divinidad, ateísmo y seres queridos

A veces observo a mis padres, cada vez más mayores, octogenario uno, septuagenaria otra, y voy siendo consciente, cual luz de un vehículo que se acercara poco a poco a donde estamos, de que me empieza a asaltar la preocupación, como una semilla obscura que creciera en mi interior lentamente, pausadamente, sin ser consciente, hasta que un día descubres que la enredadera recorre tu alma, apretando el corazón.
Como todos, mi vida ha sido una interrogación continua sobre la muerte, y lo que hay o no hay más allá. A los diez años perdí la fe, más tarde intenté recobrarla, pero si daba un paso, Dios daba cuatro.

Finalmente llegué a la conclusión de que la fe, la idea de la divinidad, era inalcanzable para mi raciocinio, y que era preferible aceptar que el Vacío era nuestra estación final, y que éste no era tan malo, sino la disolución de nuestro Ego, fuente de sufrimientos sin fin, en la placidez del No Ser, del No Existir. Una idea grata para mí, siempre atormentado y torturado por los fantasmas de mi mente.

Pero últimamente, e incluso ahora mismo, mientras escribo estas líneas, que pasarán sin dejar el menor rastro, como mi vida, noto un miedo difuso, una congoja triste como el día lluvioso y otoñal de hoy.



Siento que se acerca el final de la estancia de mis padres en este mundo fallido, en este aborto de vida libre, en esta cárcel sin muros desde la infancia al final de la existencia, donde de vez en cuando todo se hace más vivible por una sonrisa, por una mano amiga, por un paisaje, por esa mirada y esos abrazos de los padres o las personas a las que nos unen lazos de afecto.

Y esa sensación, esa idea, me provoca una aguda melancolía, y me pregunto con más insistencia el porqué de la soledad, el porqué de poner nuestros pies y arrastrarnos por campos embarrados, si a quienes queremos, con ese amor odio típico de las relaciones entre hijos y padres, se esfumarán de nuestros espacios, de los lugares donde compartimos penas y alegrías.

Entonces me hago consciente, cada vez con mayor potencia, del absurdo de la vida .¿Por qué vivir, por qué esta broma de mal gusto?.

Y, en abierta contradicción ,pido a Dios, ese Dios en el que no puedo creer, que me arrastre a mi antes que a ellos .Y, también, me descubro soñando con que nos reencontraremos en algún lugar del Éter, con mis abuelas y abuelos.

Al final me he hecho consciente de que en mí, como en todo hombre y mujer, habita alguien que une la sed de divinidad, pero sed de divinidad del que se resiste a perder para siempre en la bruma del tiempo y los recuerdos a las personas queridas, con el escepticismo.



Quizás ese ring, ese espacio de lucha de contrarios, sea lo que nos defina como seres humanos.

Y quizá el sentido real y profundo de la existencia sea ese batirse entre la esperanza infundada y la desesperanza realista.