domingo, 20 de noviembre de 2016

Yo, Daniel Blake

Ken Loach vuelve a la carga con un drama social donde refleja los sufrimientos y penalidades sufridos por padres y madres trabajadoras que por diversas circunstancias se enfrentan a la rotura de sus vidas, a la posibilidad de quedar a la intemperie en esta sociedad atomizada y donde el hombre es un lobo para el hombre, consecuencia de esa destrucción paulatina de los lazos comunitarios.

Un carpintero, tras sufrir un infarto, se encuentra con una maraña burocrática, estilo kafkiano, que le impide acceder a un subsidio por incapacidad. Mientras su médico le impide trabajar, los Servicios de Empleo le obligan a buscar trabajo.

Por su camino se encuentra a una madre soltera con dos hijos, en una desesperada situación. Ambos se ayudan mutuamente, como no podía ser menos en una película de Loach, que siempre resalta los valores solidarios de la clase obrera.



Lo mejor del film es el perfecto retrato de esos barrios obreros, obscuros, con población marginada, que sobrevive como puede, mucha veces en los márgenes de la legalidad; la mezcla de dureza, mal humor, ternura y apoyo mutuo que se da entre la clase trabajadora.

Las escenas de desesperación, de hambre, de verse en la necesidad de acudir a comedores sociales, el drama y la sensación de derrota y humillación que eso supone, llegan al corazón como una pedrada.

Lo peor de la película quizá sea lo previsible, la intuición de que sabemos el final.

Con todo, junto con Una tarde para la ira, una estupenda película española, es el mejor film que hemos visto en las últimas semanas.

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