viernes, 24 de marzo de 2017

Radicalismo versus Progresismo o por qué soy libertario conservador

En nuestro mundo de la corrección política, raro es el que no se etiqueta como progresista. ¿Quién osaría, en estos tiempos, a no reconocerse públicamente partidario del progreso?. Caería sobre él la condena laica, la losa del rechazo, la crítica como reaccionario, como cavernícola.

Como siempre se nos vende una visión del mundo en blanco y negro, o progresista o carca, o bueno o malo, o facha o rojo. De esta manera queda velada la realidad, que es mucho más compleja y sibilina de lo que nos gustaría creer. Porque, al fin y al cabo: ¿en qué está consistiendo en última instancia el progreso, cuál es su objetivo final?. Pues la integración de todos, sin distinción de sexo o tendencia sexual en el aparato de dominación ,que es por tanto esperar el momento para llamar a filas a hombres y mujeres en defensa del bando que toque en la cercana Guerra Mundial cuyos tambores resuenan muy cerca.



Es significativo, por ejemplo, que la meta que se nos vende para demostrar que hay igualdad entre hombres y mujeres, sea que estas últimas estén en puestos de poder y mando, por ejemplo, y en casos extremos hacernos ver que un poder femenino sería preferible al masculino, es decir que las mujeres en posición de mando serían mucho más humanas que los tíos, con perdón de la expresión castiza, lo cual, podría ser verdad en unos casos pero no en otros.

Integración de hombres y mujeres para la guerra, integración de todos en la máquina trituradora asalariada-que por otra parte cada vez expulsa a más gente de su seno, dejándola en la peor situación del paro o incluso reduciendo salarios y creando multitudes con sueldos magros y sin posibilidad de llevar una vida digna-, es la meta.

Por tanto debería sernos evidente que tanto el llamado conservadurismo como el llamado progresismo son juegos del Poder para distraer a la gente y dividirla, otro elemento, el de la división social, característico del progresismo y de los tiempos modernos.

Frente al progresismo hay que oponer el radicalismo, en su verdadero sentido, que no es tampoco el que usan conservadores y liberales para etiquetar partidos y opciones impulsados para neutralizar la rebeldía y las ideas revolucionarias, a través del uso televisivo de diversas figuras y partidos políticos que gastan verborrea sin más, sino radical en el sentido de ir a la raíz .

E ir a la raíz es pensar como derribar el sistema de dominio, desenmascarar sus tácticas, especialmente las más peligrosas por su canto de sirenas, que es la izquierdista  y sus carteles luminosos: feminismo de Estado, centralidad de un discurso de defensa de minorías, que en realidad sólo busca su integración en el Régimen-lo que no quita que haya que apoyarlas, pero para integrarlas en la lucha contra el sistema- y que está provocando el ascenso de la derecha populista, que usa a las olvidadas clases obreras blancas en su beneficio, elogio del sistema asalariado para todos, en vez de plantearse su superación, tanto para hombres como para mujeres.

Pero ese radicalismo así entendido, debe sostenerse en lo positivo del pasado y del presente. Frente a la lenta destrucción y decadencia de las formas de convivencia natural, de sociabilidad, que nos arrastran a una vida de soledad forzosa, incomprensión y lucha de todos contra todos, hay que defender el asociacionismo, las fraternidades, la familia, es decir la creación de todo tipo de núcleos que favorezcan el ascenso de individuos y sociedades cada vez más fuertes y unidos frente al Poder, que puedan tener capacidad en un futuro ,por desgracia lejano, para reconstruir todo.

Es en ese sentido en el que no tengo temor a declararme, aunque cada vez me gustan menos las etiquetas, como libertario conservador. Lo positivo de la tradición y lo positivo de un nuevo pensamiento y movimiento revolucionario que busque la autonomía de la sociedad deben ir de la mano.

Ni conservadores ni progresistas: que no nos engañen ni nos hagan elegir entre dos trampas para ratones.

sábado, 11 de marzo de 2017

Moonlight

Brillante película y magnífico guión, ganadora del Óscar- tras el famoso error en la entrega- donde se entremezclan el problema racial y el sexual, el problema social.

Moonlight nos presenta la vida de un negro en tres actos. Infancia, adolescencia y vida adulta. Una existencia marcada por el desarraigo familiar y comunitario. Una madre soltera que sobrevive como puede, cada vez más alejada del hijo, un entorno marcado por las drogas y, especialmente, una vida de acoso y violencia, de indefensión, por la homosexualidad intuida, en un medio donde desde pequeño se ha de demostrar dureza, hombría, y con el transcurrir de los años presumir de hazañas sexuales.

También aparece en la película los pequeños oasis de amor y cariño que encuentra el protagonista, ese oxígeno imprescindible para mantenerse a flote en medio de esa avalancha de hostilidad continua, oasis descubierto y mantenido en el lugar más insospechado y de las personas más insospechadas.



Dura, sin concesiones, con algo de luz y esperanza de cambio y redención, Moonlight destaca por el realista y vívido retrato de esas comunidades rotas por la pobreza, la delincuencia y la violencia, donde niños y adultos salen adelante como pueden, marcado todo por la ley del más fuerte. Y por las grandes actuaciones de los diversos personajes que recorren la historia

Donde la sensibilidad y la debilidad no tienen cabida, ni por supuesto las tendencias sexuales que se salen de la norma, que hay que ocultar por todos los medios para no quedar señalado y malparado.

En resumen una película que merece la pena.

domingo, 5 de marzo de 2017

Reflexiones sobre el desconcierto mundial

Leo diversas noticias relativas al rearme y a la militarización en varios países. Destaca la propuesta de Trump de inflar el presupuesto militar, a lo que ha respondido recientemente China hablando de un incremento algo menor que años atrás, de un 7% más o menos. A eso hay que sumar la vuelta de la mili en Suecia, que se ha decidido a reforzar su ejército ante la amenaza de Rusia.

Las noticias nos hablan de una creciente militarización, incluida Europa, favorecida por los conflictos y tensiones que se viven en varias zonas del mundo, del Pacífico al Báltico, y a Oriente Medio. En el globo vuelven a sonar los clarines de la guerra, las amenazas y los amagos de ataques, sin faltar la última de Corea del Norte, que con el asesinato del hermanastro del dictador norcoreano, enseña sus cartas, que incluyen no sólo armamento nuclear, sino químico.

Lo que vemos en Suecia probablemente se irá extendiendo a otros países, pues está en juego la hegemonía económica del mundo-que al final también es militar-, que se la disputan China y Estados Unidos, de ahí la táctica de Trump de acercarse a Moscú, frente a la opinión de la antigua clase dirigente antirrusa, para romper la alianza ruso china y debilitar a estos últimos. Aunque de momento persisten las tensiones entre rusos y los países europeos, así como la OTAN, como vemos en el caso del país nórdico, pero también en Siria, donde las tropas de Assad y la aviación rusa están luchando por contener el avance turco en el norte del país; y no debemos olvidar que Turquía pertenece a la OTAN y un choque Rusia Turquía sería sumamente peligroso.

Todo esto hay que sumarlo a la decadencia económica, a las múltiples crisis,especialmente del mundo occidental, europeo, pero, sin mirarnos el ombligo, también hay que sumar la situación de hambruna que vuelve a asomar la cabeza en diversas zonas de la castigada África. Paro, caída de los salarios, pensiones menguantes... dibujan un panorama muy poco esperanzador para el conjunto de la humanidad.

Todos estos hechos luctuosos han roto las viejas expectativas, las antiguas formas dominantes de pensamiento, basada en el crecimiento lineal, en la prosperidad constante. Casi nadie esperaba una crisis como la del 2007, quizás podía pensarse en algún bache pasajero, para que rápidamente la máquina económica siguiera viento en popa, viviendo cada generación mejor que la anterior.

Tal sueño, se nos ha roto en mil pedazos. Pero también se está deshaciendo como la nieve al sol la idea de que los enfrentamientos bélicos y el rearme era cosa del pasado, de tiempos de las Guerras Mundiales y la Guerra Fría.

Estamos ante una situación de desconcierto, donde se evaporan los antiguos paradigmas y la respuesta, si la hay, sólo pasa por recluirse en el Estado nación y cerrar fronteras, que es como poner puertas al campo ante todos los conflictos que se suceden y que vienen.

Es como si viviéramos en una situación entre la perplejidad y el contrapié, habiendo tirado por el retrete, como inservibles, diversas ideas, que sólo si regresan nos pueden servir: un movimiento obrero y social que sea verdaderamente internacionalista, que busque de una vez luchar por una clase única mundial, antibelicista, con capacidad para decretar una huelga general a nivel lo más amplio posible para frenar y sabotear la industria armamentística. El abandono de la mentalidad de partido político, que arrastra consigo el dirigismo, el caudillismo, el mesianismo, la pasividad, la servidumbre voluntaria.

La reconstrucción, por tanto, de viejas formas de organización sepultadas en el olvido, como los Consejos, a todos los niveles, desde los cívicos a los socioprofesionales, incluyendo los concejos abiertos rurales. El espíritu unificador de las asociaciones y fraternidades que favorezcan el apoyo mutuo y la solidaridad horizontal con la renovación moral que eso supondría, dándose la mano por fin lo material y lo espiritual.



También, por supuesto, los pequeños gestos, las pequeñas obras, que multiplicados tienen un gran potencial transformador-no todo son los grandes gestos, las grandes acciones-.

Todo esto, cierto, no parece vislumbrarse por ningún lado. Muchos decenios de aceptación de la sociedad de consumo y despilfarro, de aceptar la dominación y la explotación pensando que, pese a todo, los sueldos ascenderían generación tras generación, que lo importante era el hedonismo y el goce, que los tiempos de pobreza eran eso, tiempos pasados, que la tecnología avanzaría también eternamente y nos libraría de los males...todo eso nos ha machacado como individuos y como colectividades.

Ahora caminamos perdidos, mateniendo aún una pequeña esperanza en que el capitalismo vuelva a ponerse en marcha, y los izquierdistas en que nuevos gobernantes se preocupen del pueblo, redistribuyendo la riqueza menguante. Falsas ilusiones, pues vemos cómo para los partidos de izquierda lo fundamental son las luchas por el poder y el reparto de cargos, que lo son de dinero. Y es que ni liberales ni keynesianos tienen respuesta ante la nueva situación, fracasando sus recetas. Esperamos, por tanto, milagros, un azar salvador que nos traiga líderes sabios y preocupados realmente por el bien de todos.


Pero cuanto más tiempo pase sin que se produzca ese necesario despertar en la conciencia, esa necesidad ineludible de abrazar un nuevo paradigma, menos esperanzas tendremos de lograr algo. Y no es precisamente tiempo lo que nos sobra.