domingo, 17 de septiembre de 2017

Otra modernidad es posible. El pensamiento de Ivan Illich

Últimamente se han publicado varios libros de Ivan Illich, uno de los poquísimos pensadores del siglo XX que podría definirse como radicalmente antisistema, entendiendo el sistema como el progreso tecnoburocrático, mercantilista, productivista,  e impulsor de monopolios radicales considerados incontestables, de instituciones pensadas sagradas, como la educativa y la médica.

Uno de ellos es Otra modernidad es posible. El pensamiento de Ivan Illich, de Humberto Beck. En esta obra se analizan los elementos claves del pensamiento de Illich; por ejemplo la crítica de las herramientas fuera de control, es decir cuando las herramientas se convierten de medios a fin, destruyendo la autonomía de la persona, de los individuos. 

Hay que destacar que para Illich la herramienta no es sólo un objeto físico, al estilo de una máquina, si no cualquier dispositivo diseñado para lograr un propósito, por tanto herramienta serían también  instituciones como hospitales, escuelas o universidades. Por ejemplo el uso masivo del automóvil, acaba anulando el andar, actividad más autónoma. O la transformación del aprendizaje en educación, encerrando a niños y jóvenes en escuelas y universidades acaba destruyendo el amor al conocimiento, la creatividad, convierte el conocimiento en mercancía y contribuye a dividir y a discriminar a las personas  según el nivel de estudios de cada cual. Incluso la exigencia de titulación para profesiones, contribuye a la desigualdad, al eliminar muchas opciones de trabajo, sólo asequibles a los que han pagado ese título, esa mercancía.



Illich define este fenómeno como contraproductividad: pasado ciertos límites la herramienta aleja a mucha gente del propósito por el que fue creada, y favorece no la autonomía, si no la heteronomía , evitando, por ejemplo, con el sistema sanitario moderno, que la gente sepa cómo curar enfermedades.

Así Ivan Illich defiende el control por la comunidad de la tecnología, decidiendo cuál potenciar y cuál no, favoreciendo, recuperando la reconstrucción convivencial de la sociedad, volviendo a reintroducir la economía en las relaciones sociales frente a su separación actual, con la tremenda expansión del dominio económico y el nacimiento del homo economicus, supuesto ser racional que convierte todo, incluyendo sus relaciones personales, en un cálculo económico, en mercancía.

En una palabra apoya una democracia deliberativa, una política realmente radical. La deliberación como instrumento fundamental de una comunidad-la sociedad convivencial- que decide sobre su destino, rechazando los dogmas actuales sobre las bondades del crecimiento económico y tecnológico hasta el finito, dogmas que construyen un mundo, unas sociedades, unos individuos, convertidos en servidores de sus instrumentos-en el fondo yo diría que en los creadores y distribuidores de esos productos o instrumentos-, incluso si se quiere, hablando claramente, en productos para usar y tirar.



Ni más ni menos que enarbola la bandera de una sociedad autónoma, rompiendo todo monopolio radical. Su postura, como muestra el libro, supondría recrear otro tipo de modernidad, una modernidad que uniera los aspectos positivos del pasado que se vinculaban a esa vida autónoma, con los aspectos positivos del presenten que favorezcan esa misma autonomía.

Una síntesis, ni tradicionalista, ni modernista, que pueda ayudar a crear un mundo de límites, el único mundo realmente humano y vivible, frente al mito de la transgresión continua, de la ausencia de contornos y límites, presentado como lo rebelde , lo avanzado, cuando sólo contribuye a esclavizarnos a esas mismas herramientas citadas al comienzo.

Un autor, Ivan Illich, que con su pensamiento heterodoxo, en los márgenes y la marginalidad, hace pensar profundamente y replantearse si algunas de las cosas consideradas como avances positivos, - la escolarización obligatoria, por ejemplo- como algo incontestable, no están contribuyendo a destruirnos y convertir nuestras breves existencias en un infierno.



domingo, 3 de septiembre de 2017

En la Ley

En la Sala Cuarta Pared se está representando una obra muy interesante, En la ley, que nos sumerge en un mundo apocalíptico, devastado por las guerras y los cataclismo geológicos, un mundo que, por desgracia, si no lo remediamos, de alguna manera podría hacerse real en gran medida, aunque a la gran mayoría le suene a distopía, a ciencia ficción obscura.

La humanidad se ha hundido en la barbarie, las violaciones, los saqueos, las destrucciones e incluso los actos de canibalismo. Se reinstaura la esclavitud, y la tierra se vuelva cada vez más yerma, más baldía.

En estas circunstancias se desarrollan unas Comunidades, dispersas, de base agraria, organizadas de manera asamblearia, con una especie de Constitución, que ellos llaman la Ley, un conjunto de normas muy estrictas que regulan la vida en todos sus aspectos.

La llegada de un desconocido provoca una alteración, un seísmo, en el pequeño grupo de supervivientes, haciéndoles replantearse muchas cosas.



El ambiente de asfixia, pobreza y terror continuo al afuera están magníficamente representados, así como las luchas internas y sobre todo en el interior de los individuos, afectados por el abismo existente entre las ideas de amor, solidaridad y unión que intentan aplicar, con la realidad, llena de grietas.

Crítica tanto de las utopías igualitarias como del mundo presente, En la Ley es una obra que destaca por su originalidad de guión y presentación, y si hay que ponerle un pero lo haría en relación a la para mí excesivamente desagradable e innecesaria escena-otros dirán que encaja bien en el contexto- de sexo morboso-una de las dos, no digo más-.

Pero quitando eso, recomiendo que si pueden, se acerquen a verla.