jueves, 9 de noviembre de 2017

Reflexiones sobre la espiritualidad,la Modernidad productivista y tecnoburocrática y la transformación revolucionaria

Se ha cumplido el centenario de la Revolución Rusa, uno de los muchos acontecimientos trágicos que marcó el siglo XX, un siglo lleno de furia, fuego y destrucción; aniquilador de vidas humanas entregadas al Moloch devorador de los Estados y sus diversas ideologías justificativas.

Junto con el fracaso de esa revolución y sus derivadas en distintas zonas del mundo, quedó sepultado, de manera en parte comprensible, el pensamiento emancipador, la idea de revolución, de transformación radical de nuestras vidas, ante el temor de que cualquier paso en ese sentido pudiera acabar como Rusia, o Cuba, por ejemplo.

Lógicamente las explicaciones sobre el fracaso de esas revoluciones, y su rapidísima degeneración en formas despóticas de autoridad, son muy variadas, pero a mí me gustaría tocar un aspecto, o varios, que no se suelen mencionar, y es su derrota-derrota para los oprimidos, claro, y éxito para los nuevos gobernantes y su séquito de aliados intelectuales del mundo entero, aunque éxito breve- por su visión puramente materialista, negadora de cualquier sentido espiritual o profundo de la existencia, y sus esquemas modernistas, en el peor sentido de la palabra, el de la Modernidad productivista, del desarrollo de las fuerzas productivas como mecanismo de liberación.

Tras una infancia marcada por un ateísmo clásico, aunque como muchos ateos en el fondo siempre interrogándome sobre Dios, sobre la existencia o no de algo trascendente, las reflexiones personales y el paso de los años me han hecho llegar a una conclusión-quizás equivocada, no digo que no- basada en la imposibilidad de una transformación revolucionaria en positivo sin un fuerte componente espiritual en los individuos que quieren el cambio social.

Entiéndase que hablo de espiritualidad, no de religión-ni de espiritualismo a la moda New Age y otras moderneces basadas en la relajación personal u otras cosas inofensivas que engordan la cuenta corriente de algunos grupos o escritores-, entendida esa espiritualidad  como la visión de que todos formamos parte de una trama cósmica, que todos estamos entrelazados, de objetos a seres vivos, de mayor o menor consciencia, de que los demás son reflejo de uno mismo. De que el Todo y lo Singular son lo mismo.



Una consciencia de este tipo en los descontentos, en los núcleos de subversivos que quedan aquí y allá, aunque en pequeño número, con independencia de que a esa trama la llamen Dios, lo dejen en la interrogación o no lo llamen de ninguna manera y lo consideren algo espontáneo y natural, sin más, debiera constituir el núcleo de un futuro movimiento o fuerza revolucionaria futura.

¿Por qué lo veo así?. Porque para mí esa es la idea básica necesaria para romper en mil pedazos la Modernidad productivista y tecnoburocrática, aquella basada desde las revoluciones burguesas hasta las falsamente llamadas proletarias y campesinas-aunque indudablemente atrajeron a sectores obreros a ellas- en el desarrollo de las fuerzas productivas y en el ascenso de una nueva clase dirigente, la llamada  tecnoburocracia, que algunos definen actualizando el concepto como la jerarquía internacional de los propietarios del conocimiento, cada vez más y más separado de la sociedad.

Esa modernidad caracterizada por la expansión de los poderes estatales, pero también en coalición con los del capital, pese a la visión equivocada e infantil de numerosos izquierdistas, que imaginan que ambos poderes están enfrentados, y que el estado, usando un lenguaje coloquial, sería el poli bueno, la fuerza a utilizar para la "emancipación". Pues otra de las características de los habitantes de la Modernidad técnica y tecnolátrica es huir de la realidad, no enfrentarse a ella y verla de frente, no admitir que estamos solos ante las autoridades de los estados y el capital, que ninguno de ellos quiere nuestra liberación, sino la expansión hasta el infinito de sus dominios, usando la tecnología como instrumento de aislamiento, para que no logremos nunca encontrarnos en el mundo físico, en el tú a tú real, no virtual, haciendo ya casi imposible la lucha revolucionaria, la conciencia revolucionaria nueva necesaria.

Viendo en cada humano un reflejo nuestro, la tendencia a usarnos mutuamente como objetos, como mercancías a las que controlar, usar  y tirar y dominar de mil manera, se vería debilitada, pudiéndose abrir entonces sí, un camino a una nueva civilización, una nueva civilización de seres consciente cada vez en grado máximo, donde cabría un cambio revolucionario en libertad, brotando de un interior libre, transmitido el nuevo ideal de pecho y pecho, sin coacción,al contrario que en esas temibles revoluciones del siglo XX, impuestas bajo el terror y la fuerza bruta-con alguna excepción, como la húngara de 1956, por ejemplo-.

Esa nueva civilización, con esa nueva espiritualidad, uniría lo ahora separado, lo local y lo universal, lo individual y lo colectivo, la propiedad privada y la propiedad comunal, en un equilibrio de aparentes contrarios, que no son tales, ya que los hombres y mujeres necesitamos tanto espacios propios e individuales en los que poder aislarnos totalmente del resto, en silencio, como espacios colectivos en los que encontrarnos para tomar decisiones; disponer de una propiedad personal entendida como reflejo y extensión de uno, y otra comunal que permita sobrevivir y favorecer la armonía, la solidaridad real y la libertad como no dominación.

Quienes aún piensen en revolucionario, quienes se nieguen a abrazar el desierto en expansión de la Modernidad, ese desierto que abrasa y arrasa de vida el interior individual y las relaciones interpersonales, sustituyéndolo por el miedo, el lucro, y la voluntad de poder y servidumbre voluntaria, deben tomar nota de los fracasos terribles de revoluciones pasadas, y caminar por otro sendero.


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