domingo, 4 de febrero de 2018

Sin amor

Brillante, brutal y despiadada película rusa que disecciona, como a un cadáver, las relaciones sociales y amorosas de la sociedad rusa, especialmente de su clase media, si bien, como todo cine que busca bucear y sumergirse en las  profundidades de la vida individual contemporánea, su visión es generalizable a todo  Occidente.

Un matrimonio roto, a punto de divorciarse, donde el odio, las frustraciones de sueños rotos, la venganza y el revanchismo exuda por todos los poros de la piel, por todas las palabras que emergen de sus bocas. Y, entre medias, un niño de doce años, un niño no querido ni deseado, que siente en silencio diario, en rabia y lágrimas contenidas, esa paliza invisible a sus sentimientos, a esa necesidad universal de sentirse querido, de tener un refugio cálido de las inclemencias del afuera. Un niño que toma una decisión lógica y que parte en mil pedazos el mundo de ensoñaciones egocéntricas de los adultos.



Ni él ni ella quieren hacerse cargo de su hijo, sólo quieren disfrutar de sus nuevas vidas, libres de cargas, repletos de egoísmos, intentando pasarse la patata caliente el uno al otro. Entre medias aparece reflejado y criticado el narcisismo y el enganche que provocan las redes sociales, los telefonos móviles, como ese demoledora imagen de un selfie, reflejo de la triunfante banalidad instalada en nuestras vidas, que realizan la nueva pareja del hombre y la madre de aquélla en medio de la tragedia.

Pero también se lanzan dardos a la hipocresía de la Iglesia Ortodoxa rusa, al sistema político y policial ruso, corrupto e ineficaz, así como gélido e inhumano, y al progresismo de la nueva mujer y el nuevo hombre, que se quieren liberados, tolerantes, igualitarios y comprensivos, y que en realidad no es más que una mascara para ocultar la conversión de los individuos que nos movemos en el putrefacto capitalismo a un existir hueco, que se quiere rellenar hinchando los Egos, gozando de banalidades y superficialidades múltiples; una vida que no es una verdadera vida, sino un traje de aparente lujo pero que al mirarlo de cerca, si nos atrevemos a vernos a nosotros mismos, resulta que está repleto de costuras y rotos, disimulados por purpurina.

Sin amor nos sitúa ante ese espejo que refleja la verdadera imagen de lo que somos, de nuestros tristes y miserables sueños, de la podredumbre de nuestras aspiraciones. Y sólo mirando de frente nuestra oscuridad, podremos retomar el camino hacia la luz.

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